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Por: Pbro. Javier Klajner
María y José cumplen con la ley llevando a Jesús, el primogénito al templo para su presentación, su rescate y la purificación de la madre. Todo en ellos es normal, como cualquier familia judía. Hasta ahí todo bien.
La novedad surge con la aparición primero de Simeón, hombre justo y piadoso, santo diríamos hoy. Un hombre dócil y que se deja conducir por el Espirtu, que inspirado por el mismo Señor, toma al Niño y alabando a Dios da gracias porque se cumple la promesa de que va a descansar en paz viendo al Salvador, la salvación.
Esa salvación es luz para todos y gloria del pueblo.
También le revela a Maria que el Niño será signo de contradicción y suscitará interrogantes en el interior de muchos, junto a la espada que atravesará su vida.
No bien termina esta alabanza y profecía, es Ana la viuda de 84 años quien habla y da gracias.
La Palabra hoy es fuerte, poderosa y nos invita a rezar con confianza:
Padre de bondad,
hoy quiero presentarme ante ti otra vez,
que María me lleve de la mano.
Quiero pedir la gracia de Simeón:
que sea justo y piadoso,
que sea dócil y me deje conducir
por el Espíritu;
que la alabanza y la acción de gracias
estén siempre en la boca y en el corazón;
dame la gracia de tener
los ojos y el alma abiertos
para ver la salvación, para verte a vos,
que pasas por mi vida y la de los que me rodean:
Sos la luz y la gloria que necesitamos
como pueblo y como individuos.
Que aprenda de la profetisa Ana
a tener intimidad con vos,
sirviéndote día y noche,
rezando y ayunando
por los que me confías,
sin dejar de mostrarte como Redentor
en cada momento de mi vida.
Amen.
Bendecida jornada para todos.
P. Javier