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Por: Hno. José Miguel Villaverde, SSP
Hemos iniciado el año, ¡Cuánto que agradecer y, quizá, que pedir perdón! Con miles de oportunidades por delante, en este Año de la Palabra somos invitados a ponernos en actitud de escucha, abiertos a las diversas formas en cómo el Señor llega a nosotros a través de su misma Palabra.
Palabra que resuena en nuestros corazones, allí en la familiaridad de nuestros hogares, cuando a la sombra del árbol de mango compartimos el tereré con la familia, los amigos, dejándonos iluminar por el Evangelio.
Palabra que, escuchada en comunidad, nos hace arder el corazón, nos recuerda una y otra vez el amor de Dios, el valor de la Cruz, la alegría de la resurreción; la presencia del Maestro Divino que nos sale al encuentro, cuando andamos desanimados por el camino.
Palabra que impulsa a la misión, que nos transforma de caminantes en peregrinos hacia Dios, anunciadores de su Evangelio. Es la misma Palabra que movió a María a casa de Isabel, que convirtió a José en custodio del Salvador, que alegró al Bautista cuando estaba en el vientre materno y que cada mañana nos despierta con su soplo vital, para salir a trabajar, estudiar, evangelizar, rezar.
A nivel de toda la Iglesia, y especialmente en el Paraguay, celebramos el Año de la Palabra. Encomendamos al Señor las valiosas iniciativas que se van gestando para promover el amor por la Palabra de Dios y su vivencia en comunidad. Tengamos presentes en la oración a los que se dedican especialmente a la Biblia, sacerdotes, consagrados y consagradas, laicos y laicas: ¡La Palabra los siga inspirando y transformando en testigos y servidores! Y nosotros, a la escucha de la Palabra de Dios descansemos, proyectemos, compartamos, seamos buenos ciudadanos, testigos del Reino.