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Por: Hugo Bogado
Recuerdo aquella mañana en que desperté temprano, para acompañar a mi padre a recoger la sandía del campo. La íbamos a llevar al pueblo, para venderla porque ya se acercaba el día de realizar el pesebre y todos buscan una sandía para colocar a los lados del pesebre o simplemente llevarlo para comer bajo la sombra del árbol de mango en la hamaca y, como mi padre me dijo: “un pesebre está incompleto sin la sandía”. Él siempre solía apartar la mejor sandía de su chacra para el Niño Jesús de nuestro pesebre en agradecimiento a la cosecha.
En un lado del camino del pueblo pusimos nuestra venta de sandía, la venta que a mi familia daría para sustentarse y a mí los mbokavichos (petardos) para el 25 de diciembre (siempre con mi papá supervisando y con mucha responsabilidad). Yo esperaba con ansias esta fecha para jugar, felicitarnos y explotar los petardos.
A medida que pasaban las horas, había poca venta. Yo preocupado, porque si seguía así me quedaría sin mis mbokavichos; pero, miré a mi padre y él, manteniendo la esperanza, con fe me decía que no me apure, “que el niño Jesús está de camino y nos bendecirá como cada año lo hace”.
Esa misma tarde, mi papá hizo un trato con un camionero que pasaría al día siguiente para llevar una buena cantidad de sandías para el mercado de abasto, donde se distribuía al por mayor. Al llegar a casa le conté a mamá lo que pasó. Después ella fue a encender una vela al Niño Jesús y nos invitó a rezar y agradecer por tantas bendiciones recibidas y dificultades superadas durante el año.
Navidades de mucha fe, recuerdos y sandías.