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Por: Pbro. Augusto Salcedo
Para vivir una Navidad verdaderamente feliz y agradecida, vale mucho la preparación intensa que nos ofrece el tiempo del Adviento. Se trata del Tiempo litúrgico que da comienzo a nuestro Calendario de celebraciones en la Iglesia y nos dispone a prepararnos hacia la Fiesta del Nacimiento del Salvador. También es propósito del Adviento ponernos en tensión hacia la venida definitiva de Jesucristo, al final de los tiempos. Esta esperanza fundamentada en el Señor nos anima a vivir con mucha Fe cada momento de nuestra historia: así, el Adviento nos lanza hacia la Navidad, de un modo constante y continuo porque el Señor está siempre con nosotros, en medio nuestro, salvándonos. Los himnos para el Adviento, de la Liturgia de las Horas, rezados y meditados, podrían marcar el ritmo de nuestra plegaria y de una particular vivencia de este tiempo hacia la Navidad, para vivir con serena intensidad de esperanza y en un camino comunitario de conversión.
Llega nuestro Mesías y nos preparamos. El Adviento acontece de un modo único; no se trata de un simple recordar, pues lo vivimos celebrando desde la fe y reafirmando que Dios está junto a nosotros. Marcado por un color particular: el morado, signo de esperanza y de conversión, el Adviento nos prepara para celebrar la alegría del encuentro con Jesús. Este tiempo en nuestra Liturgia está integrado por dos momentos que al mismo marcan las lecturas que la Palabra de Dios nos propone:
(I) del I Domingo de Adviento hasta el 16 de diciembre: leemos lecturas sobre la última venida del Señor, al final de los tiempos. Toda nuestra vida se orienta hacia aquel acontecimiento…
(II) desde el 17 de diciembre hasta la Nochebuena del día 24: la Palabra nos dispone a contemplar la preparación divina a través de la intervención de la Bienaventurada Virgen y el Sí de San José, en el tiempo previo al nacimiento de Jesucristo. Toda nuestra vida se concentra en torno a tan gran Misterio…
San Bernardo enseñaba a los suyos que cada día Cristo se manifiesta y viene a nuestro encuentro. El Santo de Claraval la llamaba “la venida intermedia”… En los hermanos, en la Iglesia, en los acontecimientos de la historia, de un modo misterioso y henchido de esperanza, Dios se manifiesta haciéndose presente en el rostro de su Hijo, pues a Él t sólo en Él esperamos: Jesucristo, quien vino a traernos Vida en abundancia (Juan 10,10).
Empezar el Adviento es reencontrarnos con el Señor. Supone un camino de conversión muy unido a la esperanza: espero orando, confiando, en oración; al tiempo que también espero amando, realizando el amor, en obras concretas y verdaderas. Así se realiza la verdadera vigilia: estar vigilantes, en oración y amando…
La serena intensidad de esperanza a la que nos motiva el Adviento, se realiza en un camino comunitario de conversión: es camino comunitario porque juntos vamos hacia la Navidad, para celebrar al Dios-con-nosotros. ¡Cuidado con quedarnos con un “Jesucristo sin carne y sin compromiso con el otro”! El Papa Francisco, en Evangelii Gaudium nº 89 nos apremia a centrarnos en un verdadero propósito de conversión: ¡“Sí a las relaciones nuevas que genera Jesucristo”!
Cristo se hizo encontradizo para quienes le buscaban con sincero corazón: los pastores, los magos… Mirar el pesebre con el que adornamos nuestros hogares nos ayuda a contemplar y a rezar agradecidos ¡porque el Hijo de Dios se encarnó por amor a nosotros! Miramos el pesebre armado por nuestras manos para mirar luego el pesebre real en lo cotidiano de la vida… La clave está en el servicio: la esperanza es dinámica, movediza, inquieta, creativa.
Puede parecernos un gran desafío vivir la esperanza en los tiempos tan difíciles e inestables que a la humanidad le toca atravesar… Una propuesta sería vivir la plenitud del amor como el motor de cada día, contemplando la fecundidad del pesebre, gritando ¡Dios está con nosotros! ¡Cristo es mi verdadera Esperanza! Así nos animamos juntos a confiar en la fuerza transformadora del Evangelio, pues para Dios nada es imposible.