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Por: Hno. José Miguel Villaverde, SSP
Hoy más que nunca recibimos mensajes de pedido de oración, los intercambiamos, generando una gran red de solidaridad orante en busca del milagro, de la recuperación de nuestros enfermos, del descanso eterno de quienes parten a la Casa del Padre. Qué sanador resulta decir y escuchar: “Rezo por vos”, “estamos rezando por tu familiar”. Sin duda, algo que quizá antes nos era tan sencillo, adquiere un valor muy fuerte y bendito. Sin quererlo, ya estamos obrando un primer milagro: salir de nosotros mismos, interceder por los otros, preocuparnos por los demás. Este milagro no da pie a egoísmos ni a conveniencias, ni amiguismos ni mucho menos actos de corrupción, sino que esta gran red de oración nos va hermanando más por Cristo, en el Espíritu... ¡Ahora nos queda a nosotros hacer de nuestra vida un milagro para los demás! ¿Será esto posible?
Que mi vida sea un milagro significa poder manifestar a Jesús con mis actos, con mi oración, con mi alegría en medio del sufrimiento, con mi mano tendida, siempre atento a las necesidades de los demás, no solo en campañas. Así lo comprendieron hombres como san Charbel, un santo libanés, por cuya intercesión Dios sigue obrando muchos milagros. Su sola figura y su vida orante, nos cuestionan y nos invitan a pensar en lo verdaderamente esencial. También el Siervo de Dios, padre Julio César Duarte Ortellado, en su tiempo supo comprender esto de “ser milagro”, ejerciendo un ministerio sacerdotal a tiempo completo, nunca ajeno a las necesidades de su gente, especialmente de los pobres y siempre cercano a ellos.
Ser un milagro para los demás significará poder ofrecer “nuestros pocos panes y peces”, nuestro tiempo, sonrisa, oración, fuerzas y capacidades, para ir en busca del hermano, del que precisa de nosotros. ¿Nos sumamos?