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Por: P. Denis Báez Romero, SDB
Reflexión en torno al Evangelio según San Lucas 24, 35-48 (B)
Invocación al Dios
Señor, danos inteligencia para comprender tus Escrituras. Que no seamos ciegos ante tu presencia y logremos así experimentar la alegría de verte. Concédenos paz para manifestar tu amor misericordioso. Infunde tu Espíritu en nosotros y aliméntanos con el pan de tu Palabra.
Análisis de contenido
Queridos amigos: Hemos escuchado la continuación de la aparición de Jesús Resucitado a los discípulos de Emaús. En el camino, ellos comentaban lo que les había ocurrido, cuando Jesús se interesó por ellos, les acompañó y les enseñó todo lo referente a Él. Por medio de esa formación, a los discípulos que representan a la comunidad reunida y formada en el evangelio, “les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las Escrituras”. Comprender que el campo de acción en la Pascua debe ser: “Hemos visto el Señor”. En el ver y contemplar su presencia: allí se juega nuestra misión. Entrenarnos en esta mirada, ser capaces de ver y reconocerlo: allí se encuentra nuestra victoria.
Cristo resucitado está en medio de la comunidad y lo reconocemos por medio de signos. “La paz esté con ustedes” nos dice también hoy, para que podamos encontrarnos con Él por medio de nuestra fe, al “compartir el pan y la Escritura”. Una comunidad reunida en torno a la Palabra y a la Eucaristía manifiesta la presencia del Resucitado. Somos testigos de los signos de su presencia real en medio de nosotros. La presencia del crucificado, en medio de las dudas, del miedo y del dolor, nos trae “la paz” a quienes seguimos sus pasos, para que podamos manifestar el amor misericordioso de Dios.
El viviente está Resucitado, y, en medio del estupor, del temor y de la incredulidad, pregunta a sus discípulos: “¿Tienen aquí algo para comer?”. El Resucitado se presenta con un nuevo cuerpo: es totalmente diverso, es una novedad absoluta. El crucificado es el resucitado. Se resistían a creer, pero el signo de las heridas producidas por los clavos demostraba la realidad: “soy yo mismo”.
El Cristo resucitado “les abrió la inteligencia”: ellos no habían aún entendido el proyecto de Dios, no comprendían la Escritura: “es necesario que se cumpla”. El Cristo resucitado les abre la mente, para que sean capaces de escudriñar las Escrituras: debe realizarse un cambio desde dentro, desde el corazón. Cristo entra en nosotros por medio de su Espíritu, y desde dentro trabaja en nosotros para que podamos entender. Nos hace capaces de entender lo que leemos.
Cristo resucitado que nos hace capaces de entender su Palabra, nos dona un corazón que escucha, para que podamos vivir entendiendo el proyecto de Dios. Este corazón que escucha surge de un cambio interior, que es fruto de ser tocados por su Espíritu: “ardía nuestro corazón cuando nos hablaba”. La presencia del Resucitado nos enseña a recorrer con valentía este camino que hacemos junto a nuestros hermanos para favorecer el encuentro con Él.
Como cristianos, alimentamos nuestra fe con el Pan de la Palabra; es una palabra de Vida que anunciamos, dando testimonio de ella con nuestra vida. Un corazón que escucha: esa debe ser la actitud del discípulo para poder dar testimonio del Resucitado. Para interpretar y comprender las Escrituras, haciendo referencia constante a la Palabra.
Para vivir una vida cristiana auténtica y profunda
Como cristianos, algunas veces debemos hacer un largo camino para reconocer al Señor y más aún al Señor Resucitado. Pedimos mucho signos pero Él está a nuestro lado por eso debemos recorrer con valentía. ¿de qué forma nos dejamos acompañar y formar en la fe? ¿Somos capaces de anunciar con nuestro testimonio al Resucitado? ¿seguimos buscando los signos de su herida para creer? ¿nuestro corazón esta atento a la escucha de su Palabra? ¿cuáles son esos signos externos, esos fantasmas de las dudas que nos aparta para creerle?