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Por: Hno. José Miguel Villaverde, SSP
La tradicional bendición de las gargantas, invocando la intercesión de san Blas, tendrá una connotación especial este año, con todo lo vivido en este tiempo. Con la fe y la esperanza más vivas que nunca, nos acercaremos a pedir la bendición y la salud al Señor. Junto con ello, podemos pedirle que nos enseñe a bendecir y a ser nosotros una bendición para los otros.
La palabra bendecir, que viene del “decir bien” de algo o de alguien, es una palabra con mucha fuerza, llena de Dios, que bendijo a su creación y al hombre y la mujer en medio de ella (Gn 1) y que derramó bendición sobre bendición en su Hijo Jesús. Es hermoso ver que en nuestro país se mantiene la tradición de pedir la bendición a los ministros ordenados, a los abuelos, papás o tíos, ¡Que no perdamos nunca este gesto tan profundo!
Sin embargo, la bendición se extiende aún más, nosotros mismos podemos bendecir, ¿Cuándo? Al usar nuestras palabras para decir bien de los otros, decirle bien a los demás. Bendecimos entonces cuando dejamos las murmuraciones, el hablar por lo bajo, el destruir la fama del otro o callar un elogio sincero. Bendecimos al interesamos por el bien del prójimo, al desear el bien en los nuevos proyectos, al felicitar los logros o al animar a quien lo necesite.
En un mundo lleno de “palabras de maldición” como: “Si no tienes no eres nadie”, “si no te vistes de esta forma, no te hago caso” o “si no eres amigo de fulano, no me interesa”, irrumpe la bendición que le dice a alguien gratuitamente: “Tú me importas”, “Tú eres hijo(a) amado(a) de Dios, ¡Yo te bendigo! Que el sentirnos bendecidos nos vaya transformando en bendición para los otros, a imagen del Crucificado, a quien contemplaremos con mayor énfasis en el camino cuaresmal que hemos de iniciar.