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Por: Pbro. Martín Ortiz
Como Iglesia estamos llamados a vivir profundamente este año de gracia que nos abre la Conferencia Episcopal Paraguaya, teniendo en cuenta que la celebración del misterio eucarístico es el momento sustancial de la constitución de la comunidad parroquial, en donde la Iglesia “se hace consciente del significado de su propio nombre: convocación del Pueblo de Dios que alaba, suplica, intercede y agradece” (Conversión pastoral de la comunidad parroquial 22). Nunca comprenderemos el don inestimable que Cristo nos dejó en la Última Cena: “Su Cuerpo entregado”, Vida para el mundo: “He venido para que tengan vida y la tengan en plenitud” (Jn 10,10),
El Banquete eucarístico hace patente la presencia vivificante del Señor: “Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18,20). Esta dimensión comunitaria hará posible el sueño de fraternidad y de amistad social. “La afirmación de que todos los seres humanos somos hermanos…nos obligan a asumir nuevas perspectivas y a desarrollar nuevas reacciones” (FT 128). También los Obispos en Aparecida hace eco de éste anhelo “de la mesa compartida, compartir la mesa de la vida, mesa de todos los hijos e hijas del ¨Padre, mesa abierta, incluyente, en la que no falte nadie” (Mensaje Final de Aparecida 4). Sin perder la promesa de Cristo: “El que come mi carne y bebe mi sangre vive de vida eterna” (Jn 6,54), aunque “la existencia terrena es importante, pero mucho más importante es la vida eterna” (Congregación para el Culto Divino 2020).
La Eucaristía debe ser una exigencia constante y un llamado a la civilización del amor y a una cultura del compartir (DD 70). Cristo Eucaristía debe despertar en nosotros mayor sensibilidad hacia los más pobres, y en un empeño decidido de convertirnos en el buen samaritano de nuestros hermanos más necesitados y olvidados, puesto que “el corazón de Dios tiene un sitio preferencial para los pobres, tanto que hasta Él mismo “se hizo pobre” (2Cor 8,9) (EG 197).