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Por: Hno. José Miguel Villaverde, SSP
Somos personas que continuamente estamos en camino, en movimiento, siempre yendo de un lugar a otro. Nos sabemos peregrinos, no solo porque caminamos, sino porque tenemos un objetivo, un lugar dónde llegar. La misma cuarentena y toda la emergencia sanitaria, no pudieron detenernos, a pesar de habernos restringido las salidas, porque aprendimos a usar las nuevas tecnologías para acortar distancias, ¡Fuimos hechos peregrinos!
Con nostalgia miramos Caacupé, también las fotos que nos hacen añorar las fiestas navideñas del año pasado, el ruido y las risas, y sobre todo aquellas personas que este año ya no estarán con nosotros. Pero seguimos en peregrinación, en el corazón llevamos el dolor, la esperanza y la alegría, y sobre todo, la fe nos dice que hay alguien camina con nosotros y entre nosotros: Jesús, el Hijo de Dios encarnado, “Aquel en quien el Padre lo ha dicho todo”, como enseña san Juan de la Cruz. Es él, pequeño en Belén, en nuestros pesebres, el que, como Camino, Verdad y Vida, ilumina nuestra mente, fortalece nuestra voluntad, enciende nuestro corazón.
Es esta presencia de Cristo la que nos hace recalcular, la que nos llena de sentido, especialmente ahora que ronda el pensamiento de que esta Navidad no será la misma porque no haremos lo que siempre hicimos. ¿Y si este año nos esforzamos por vivir una Navidad más parecida a la primera, es decir, con más silencio, más contemplación, más sobriedad y solidaridad con el otro?
Iniciando el Año de la Eucaristía tenemos ahora un tiempo precioso para ahondar en la presencia de Cristo, que nos abre los ojos para reconocerlo también presente en su Palabra, en el hermano, en el pobre, en el que pasará en un hospital. Camina con nosotros y entre nosotros el Hijo de Dios, ¡Bendita Navidad!