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Lectura Orante
Domingo 33° durante el año

Por: P. Denis Báez Romero, SDB

 

Queridos hermanos, en este domingo 33° durante el año, rezamos con el Evangelio según San Mateo 25, 14-30

 

Invocación al Espíritu Santo

Ayúdame, Señor Jesús, a no enterrar el talento que me has dado; ayúdame a dar frutos; dame fuerza para seguir tus mandamientos y enseñanzas.

 

Análisis de contenido

Queridos amigos: Seguimos escuchando las parábolas referentes al Reino de los Cielos: hoy, la de los talentos. Esta nos presenta a un comerciante, un hombre que “se ausenta” durante mucho tiempo. Este negociante llama a sus siervos de confianza y les encomienda una buena cantidad de “talentos”, para que puedan trabajarlos y producir ganancias. De acuerdo a la capacidad y habilidad de cada siervo, reparte a uno cinco talentos; a otro, dos; y a otro, uno. 

Estamos casi culminando el ciclo del “Tiempo Ordinario”. Las lecturas nos ponen en el ambiente de la parusía, de la segunda venida del Señor. En este caso, el señor que se marcha es Jesús. Él se va lejos, pero debemos estar vigilantes, porque volverá nuevamente a recibir los frutos de nuestro trabajo, de los talentos que hemos hecho producir para entrar en el “gozo del Señor”. 

Analizaremos las actitudes de cada uno de los personajes de la parábola, reconociendo en ellas las diferentes capacidades y habilidades con que cuentan. Comenzamos por el amo, que tiene una confianza incondicional en cada uno de sus siervos; por eso les reparte sus bienes, para que puedan producir, mientras esperan su regreso. 

Notamos que los dos primeros siervos se ponen inmediatamente a trabajar para duplicar sus talentos: saben asumir sus responsabilidades, saben cómo trabajar, y por eso pueden entregar los frutos de su trabajo: “Ganó otros cinco”. La consecuencia es la recompensa de “entrar en el gozo del Señor”, porque han desarrollado las capacidades recibidas.

El siervo que solo recibió un talento “tuvo miedo y lo llevó para ocultarlo”. Este miedo lo hace perezoso y lo lleva a no valorar su talento; no lo trabaja, sino que lo esconde, lo hace inútil y no confía en su señor, que esperaba que produjera frutos, como hicieron los otros dos. Él, en cambio, se convirtió en conservador, por eso enterró el talento, el don que había recibido, transformándose así en una persona pasiva. Tiene una concepción negativa de su señor: “Eres un hombre duro, que cosechas donde no sembraste y recoges donde no esparciste”. La consecuencia de la conducta asumida por este “siervo malo y perezoso” es que se le quita sus talentos y se lo separa del Reino.

La parábola pone en evidencia algunos criterios que iluminan nuestra vida. Debemos desarrollar nuestros talentos y habilidades y ponerlos al servicio de los demás. Estos talentos que poseemos y que se nos ha confiado para construir una comunidad viva y alegre son la fe, la palabra de Dios, los sacramentos, la liturgia. Nuestras misas, nuestras celebraciones y nuestras catequesis nos tienen que llevar a desarrollar nuestras potencialidades.

Es un “siervo malo y perezoso” aquella persona que dice al Señor: “Mira, aquí tienes lo que es tuyo”, porque ha enterrado su talento, y lo restituye sin haberlo trabajado, porque tuvo miedo de no producir nada. Aquella persona que nunca se ha formado, que se deja estar en la lectura bíblica, que no participa de los sacramentos, que se encierra en sí misma y entierra los dones que pertenecen a la comunidad cristiana.

 

Para la vida

Como creyentes, estamos invitados a permanecer vigilantes, en espera de ser llamados “siervo bueno y fiel”, porque hemos trabajado con solicitud, produciendo un resultado valioso que nos permite alcanzar el Reino. Lo que debemos enterrar son nuestros miedos, y así la recompensa será que lograremos potenciar la herencia que el Señor nos ha confiado.

Nos preguntamos: ¿asumimos nuestra responsabilidad para desarrollar nuestro talento? ¿Somos perezosos para encontrar al Señor? ¿Tenemos miedo de trabajar por el Reino?