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Editorial
UN ADVIENTO PROLONGADO Y ANTICIPADO

Por: Hno. José Miguel Villaverde, SSP

 

A fines de mes comienza un nuevo año litúrgico con el Adviento, que nos prepara a las fiestas navideñas y, a su vez, a recibir a Jesús que viene y que vendrá. La espera es el factor común de este tiempo, que, este año comenzará al atardecer del 28 de noviembre. Sin embargo, esa experiencia de espera será distinta este año, ¿acaso no comenzamos a esperar desde que comenzó la pandemia? ¿Acaso no hemos comenzado a vivir un prolongado y anticipado adviento? Lo escuchamos en las oraciones de nuestra gente, en la fatiga de nuestros médicos, en el bombero que mira al cielo, ansiando la lluvia, en la creación entera que con nosotros sufre los embates de pandemias, sequías, ondas de calor. Todos al unísono anticipamos el “¡Ven pronto, Señor!”

Desde los tiempos del hombre del Antiguo Testamento, podemos caer en la cuenta de que, en los momentos más oscuros, cuando las fuerzas humanas se chocaban contra los muros de lo imposible, los ojos de los creyentes, como en un grito desesperado, miraban a lo alto, clamaban a Dios, al Dios de la alianza, cayendo en la cuenta, como hicieron en el exilio: “¡El Señor estaba con nosotros y no lo reconocimos!” Ese deseo de que Dios nos restaure, que haya brillar sobre nosotros su rostro y nos salve, se hizo carne, se vio colmado en la persona de Jesús de Nazaret, del Hijo de Dios encarnado, por quien fueron hechas todas las cosas. Algunos, una pareja nazarena (José y María), unos pastores marginales, unos extranjeros de Oriente, unos ancianos y un grupo posterior de personas, pudieron ver su alegría colmada, ¡Había llegado la salvación!

Y así, desde Cristo, los creyentes han podido mirar con ojos nuevos y dar sentido a su esperanza en la vida que no acaba, en el amor que vence al odio, en la misericordia que vence a la indiferencia. Con Jesucristo, nuestro corazón abre paso al milagro, a la intervención de Dios, a la sorpresa de su presencia, de tal manera que el adviento no es otra cosa que la manifestación de nuestra continua actitud de espera, de santa tensión hasta que Cristo vuelva, o que actúe, aquí y ahora.

Hoy se ha agudizado nuestra espera, ¡tenemos ya varios meses aguardando una vacuna! Queremos que pase rápido este año 2020, con la vaga ilusión de que el virus nos deje a la medianoche del 31 de diciembre, ¡y nos deje en paz para volver a la vida de antes! Pero, ¿realmente estamos listos para una nueva etapa en nuestra vida?

La llamada “segunda ola” de contagios, que se ha venido dando al cierre de esta edición en el continente europeo, realmente preocupa. En Europa la sensación es de estar viviendo la pesadilla por segunda vez, y, todo parece apuntar que nuestra América Latina no estará exenta de repetir igualmente dicha pesadilla, pero, ¿Qué ha pasado? Si bien nos encontramos ante un enemigo invisible, que nos persigue y que está al acecho, una evaluación simple al salir a las calles de nuestra ciudad, nos hará caer en la cuenta de muchos actos de irresponsabilidad: fiestas clandestinas, juntadas de cumpleaños, áreas deportivas con gente sin siquiera tapabocas, compartiendo mate o tereré; esto también nos invita a pensar en qué “nueva normalidad” era aquella de la que hablábamos hace unos meses, qué nueva humanidad ha salido después de la cuarentena absoluta, ¿acaso una humanidad más solidaria, fraterna, considerada con los demás? ¿o más bien una humanidad que espera un mensaje a la Nación que diga que todo fue superado y ya se puede salir a festejar?

Mientras tanto, seguimos viviendo nuestro adviento prolongado y anticipado, ¿cómo nos encontramos y preparamos? Pregunta desafiante, urgente, impostergable. Y a todo ello, nuestra mirada se eleva una vez más, o mejor dicho se abaja, se inclina: la salvación nos vendrá como en Belén, en lo sencillo, en lo pobre, en el amor a brazos abiertos de Jesús.