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Lectura Orante
Domingo 30° durante el año

Por: P. Denis Báez Romero, SDB

 

Queridos amigos, en el Día del Señor, rezamos con el Evangelio según San Mateo 22, 34-40

 

Invocación al Espíritu de Dios

Gracias, Señor Jesús, por este nuevo amanecer, que nos regala más tiempo para mejorar nuestras vidas. Ayúdanos a cumplir tu santo mandamiento; ayúdanos a amarnos a nosotros mismos, para así poder amar a nuestros semejantes; danos un corazón de carne, que sepa perdonar y amar a los demás. Amén.

 

Análisis de contenido

Queridos amigos: La liturgia de la Palabra de esta semana está centrada en el mandamiento principal de la ley, es decir, en la primacía del amor. El Señor nos invita a buscar lo esencial. Y lo hace de esta forma: “Amarás al Señor, tu Dios ... amarás a tu prójimo”. Cuando nos preguntamos el cómo, no es fácil responder: por eso, creemos que podemos amar al prójimo ayudándolo, aceptando el carácter difícil que tiene esa persona, tolerándolo todos los días e intentando vivir en armonía, algo que no es nada fácil. La pregunta queda abierta para más respuestas.

Las personas a quienes el evangelista se dirige conocen a Dios; por eso les invita a dejar de lado lo efímero y buscar lo esencial. Nuevamente encontramos a los fariseos, que se reúnen para poner a prueba a Jesús. El evangelio del domingo anterior también nos presentaba la misma situación de controversia entre Jesús y los fariseos.

Conocer a Dios es hacer experiencia de encuentro con su persona. Es saber escucharlo y profundizar en su intimidad. Los fariseos, personas que se hacen pasar por “expertos de Dios”, no buscan otra cosa que intimidar con sus preguntas falsas, tendiendo una trampa. Por eso, un maestro de la ley, lleno de maldad, le pregunta: “Maestro: ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley?” Hay que saber escuchar a Dios para amar al prójimo. Hay que saber desprenderse de lo superfluo y de lo que incomoda y aferrarse a lo esencial, para encontrar a Dios en los demás. Debemos actuar buscando el bien del otro, preocuparnos de los otros; únicamente así descubriremos sus necesidades, en este mundo tan hostil que deja de lado al débil, y seremos capaces de actuar con compasión.

A nosotros, los cristianos, nos toca ahora actualizar estas preguntas, siendo buenos intérpretes de la ley. A nosotros nos corresponde saber escuchar, como el pueblo de Israel, y ser testigos del evangelio, hasta dar la sangre. Eso significa saber amar: “con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente”, como dice la Escritura.

La comunidad cristiana debe aprender a unir estos dos mandamientos, es decir, los dos caminos, el amor a Dios y el amor a uno mismo en los demás. El cristiano debe ser modelo y reflejo de la cercanía de un Dios que va revelando su amor. El amor debe ser el parámetro de la difusión de la fe a través de la centralidad de la Palabra; el camino de conversión del cristiano lo lleva a alejarse de la maldad del mundo, para poder hacer un proceso en la escucha de la ley y vivir centrado en la realidad de Dios.

Interiorizar la palabra de Dios es conocer sus mandamientos, meditar sus leyes, entenderlas e interpretarlas. La verdadera interioridad nos lleva a vivir el primado de Dios y el primado del prójimo. Algunas veces queremos subrayar solamente la dimensión espiritual; otras, simplemente la dimensión social; pero no debemos separar estas dos realidades, ni perder de vista el primado de Dios.

Se trata de armonizar estas dos dimensiones, y preguntarnos: ¿quiénes son nuestros prójimos? Porque el prójimo es el que medirá nuestro amor, es decir: el prójimo son aquellas personas que están más cerca de nosotros y que comparten con nosotros la vida; son aquellas personas con quienes tenemos una relación diaria, con quienes compartimos los proyectos, con quienes trabajamos diariamente, con quienes nos encontramos en la sociedad en que vivimos.

 

Vivencia personal

Los cristianos tienen la responsabilidad de hablar de Dios señalando a Dios al hombre. Son aquellas personas que conducen a los demás junto a Dios. Son los conocedores de Dios, son los que hacen experiencia de Dios y dan testimonio de Él, para llevar al otro a su encuentro. El buen cristiano debe dar testimonio, para que la otra persona se encuentre personalmente con el ser trascendente.

Tu rostro buscaré, Señor. Ayúdanos a ser bondadosos con los que nos rodean, para que podamos ser con nuestro prójimo imagen y semejanza de tu Bondad.