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Por: P. Alcides Salinas Sosa, CS
La espiritualidad es un despertar a la conciencia divina que está dentro de cada persona. También es una “ciencia” que busca descubrir respuestas a interrogantes o preguntas existenciales como: Quién soy- qué soy- por qué estoy aquí- de dónde vengo y así dónde voy. La espiritualidad va más allá de cualquier religión o credo. Todos los seres humanos tenemos esa dimensión espiritual; y si no la negamos, ella puede convertirse en un medio importante para poder entender al mundo y a nosotros mismos; en ella podemos encontrar nuestra relación con Dios, con el otro y con nosotros mismo. Por eso decimos que la religión es un espacio importante para vivir la dimensión espiritual. En cada religión encontraremos directrices, dogmas y doctrinas que ayudan a vivir plenamente la dimensión espiritual.
En cuanto al migrante, por la complejidad que ella representa, en términos sencillos los definimos como: toda persona que se mueve; una persona o grupo que se desacomoda y sale en busca de más vida y esperanza; y que “incomoda”. El migrante incomoda por el hecho de que, al moverse la persona, obliga a mover otras estructuras, sean familiar, relacionales afectivas, gubernamental y componentes de la sociedad civil.
Las migraciones nos transportan en varios lugares: origen, tránsito y destino; lugar de origen, donde se perciben cortes significativos, que exigen cambios como el abandono temporal de la familia, los amigos, los afectos, la cultura, la historia personal vivida, el sostén religioso y existencial, la concepción antropológica del propio ser, para penetrar en una nueva vida, que se presenta en los lugares de tránsito y destino, por lo tanto: incierta, desconocida, diferente.
Unos de los elementos más importantes del perfil de la espiritualidad del migrante encontramos en la Sagrada Escritura; en ellas hallamos muchas experiencias de movilidad humana. Son experiencias de migración que casi siempre nos lleva a un lugar teológico, donde el mismo Dios se presenta como caminante; un Dios que camina con su pueblo. Por eso se afirma que Biblia y Migración tienen una misma connaturalidad, son dos procesos en una misma historia; ambas han nacido y crecido en las mismas sendas, y nos muestran que las migraciones están ligadas con la historia de salvación.
La religión católica es una iglesia dinámica, una iglesia que se mueve y que viene al encuentro del peregrino, así como ella es peregrina. Su visión teológica está identificada por la doctrina de las migraciones y observa al migrante como la imagen de Cristo «Era forastero y me acogiste» (Mt 25,35).
La iglesia asume la tarea de trabajar con la comunidad de acogida para reconocer al migrante, acogerlo, alentarlo y apoyarlo en su proceso de busca de mejores condiciones de supervivencia, mediante la promoción humana como condición básica de convivencia. Y fundamentalmente evitar choques culturales que suelen acontecer en el encuentro entre personas diferentes. Conocer los fundamentos de la religión nos lleva a entender la espiritualidad que mueve al migrante católico, por eso: La espiritualidad del migrante es entendida desde la experiencia cristiana, y se desenvuelve, a partir del despertar de la conciencia hacia lo sagrado y se consolida en la comunión con lo sagrado (Dios, la Virgen, los santos).
En conclusión, el migrante es una persona, que sueña, apuesta y confía en su sueño y se pone en camino, sabe que el moverse tendrá costos y beneficios, sabe que no está solo, porque alguien desde su interior lo acompaña y mueve a salir a buscar; manifiesta su necesidad; practicando la acogida, la solidaridad, la fraternidad, etc., porque los va necesitar. Intenta conocerse más desde su cultura, e identificarse desde aquello que lo hace parte de una identidad propia. Está preparado para vencer cualquier aprieto. Busca hacer alianza con lo sagrado (Dios, la Virgen, algún santo patrono/a) se aproxima a aquello que lo hace sentir la cercanía, la pertenencia en alguna iglesia; intenta cumplir su promesa con la divinidad, con los familiares o la comunidad de origen.