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Por: Fray Carlos Medina, OCD
El 27 de septiembre, de hace 50 años, se reconocía a santa Teresa de Jesús un título que de hecho venía ejerciendo desde 1582…o incluso desde antes, ya que, aún en vida, supo esta mujer “engolosinar las almas” en el amor de Dios. Así que vale la pena celebrar esta fecha en que solemnemente se la proclama Doctora. Agreguemos algunos datos como para recordar: el 24 de abril de 1614 fue beatificada, el 12 de marzo del año 1622 fue canonizada por el Papa Gregorio XV y finalmente, en 1970, es declarada Doctora de la Iglesia Católica por el papa san Pablo VI, fecha que ahora conmemoramos.
En ella era clarísimo que se cumplían ampliamente los requisitos necesarios para ser declarada Doctora: santidad insigne y doctrina eminente. Pero había un pequeño detalle, tropezaba con el inconveniente de "ser mujer". Ser Doctor de la Iglesia era privilegio casi exclusivo del hombre. Con el Concilio Vaticano II se dio un paso fundamental en este aspecto y se marcó una franca postura de igualdad entre el hombre y la mujer afirmando la concesión de los carismas en la Iglesia a todos, pues el Espíritu Santo “distribuye gracias especiales entre los fieles de cualquier condición y distribuye sus dones a cada uno según quiere” (LG 12). Por eso tal vez lo más destacado, casi como anécdota, es el hecho de que fuera la primer mujer en ser honrada con ese título. Actualmente lo son también santa Catalina de Siena, santa Teresita del Niño Jesús y santa Hildegarda de Bingen.
Hay un dato histórico muy importante el momento en que el Papa Pablo VI anuncia su propósito, el día 15 de octubre de 1967, al final de la solemne concelebración tenida en la basílica de San Pedro en Roma como conclusión del III Congreso internacional del Apostolado Seglar, su Santidad dirigió a los asistentes una solemne alocución, articulada en varias lenguas:
“El compromiso de apostolado en medio del mundo no destruye estos presupuestos fundamentales de toda espiritualidad, sino los supone, incluso los exige. ¿Quién estuvo más comprometido que la gran santa Teresa, festejada cada año en este día del 15 de octubre? ¿Y quién, más que ella, supo encontrar su fuerza y la fecundidad para su acción en la plegaria y en una unión con Dios de todos los instantes? Nosotros nos proponemos reconocerle a ella un día, igual que a santa Catalina de Siena, el título de Doctora de la Iglesia”[1].
En el día de su proclamación, san Pablo VI, en la basílica de San Pedro, resalta lo siguiente en su homilía: «Acabamos de conferir o, mejor dicho: hemos reconocido el título de Doctora de la Iglesia a Santa Teresa de Jesús». Confirma con estas palabras que la nueva Doctora ha ejercido de hecho y desde hacía cuatro siglos un magisterio de proporciones eclesiales. En la Iglesia se la ha escuchado como a «madre y maestra». Viene a decir que la hace Doctora no por razones históricas, sino por la sintonía de su mensaje con el alma y las necesidades de nuestro tiempo[2].
“No diré cosa que en mí, o por verla en otras, no la tenga por experiencia” (cf. Pról. C 3; V 18, 8). Tal vez lo más actual en santa Teresa sea el hecho de que no parte desde la teoría sino desde su propia experiencia. La oración no es una práctica para ella, no es una tarea más en su agenda. Es un estilo de vida y un modo concreto de seguimiento a Jesús.
Los grandes maestros de la vida y de la fe han podido expresar -con convicción y sin rubor- que el camino que proponen es seguro, y lo hacen poniéndose ellos mismos de ejemplo como lo hizo el mismísimo san Pablo diciendo: “les pido, por tanto, que traten de imitarme” (cf. 1Cor 4, 16). Lo hacen con la audacia del Espíritu que los habita y es el mismo Cristo quien habla en ellos.
De alguna manera todos tenemos, y hay que admitir que siempre necesitamos, personas de referencia que nos indiquen el camino, y mucho mejor cuando nos lo enseñan con el ejemplo y con la propia vida. Se dice que hoy nos faltan líderes, pero creo que los cristianos no podemos sentir eso. Como diría el papa Francisco: “un cristiano no tiene derecho a tener sicología de huérfano”. Él lo decía con referencia a la Virgen, pero creo que vale la pena aplicar la frase a santa Teresa, y acogernos a su doctrina como madre y maestra. Precisamente Teresa nos enseña con su testimonio a aventurarnos y recorrer con ella el camino de la oración, hasta alcanzar la plena comunión con Dios.
Como decíamos al principio, Teresa de Jesús ha tenido siempre un objetivo muy claro a la hora de escribir y dirigirse a sus confesores, monjas y a los lectores de todos los tiempos: “es mi intención engolosinar las almas de un bien tan alto” (cf. V 18, 8). De hecho, la Santa logra su cometido, porque quien se ha acercado y hojeado sus escritos estoy seguro que no quedó indiferente.
Hablar de Teresa es hablar de la oración; para ella la oración fue el medio para seguir y responder a la llamada de Dios. Ella estaba convencida que todos estamos llamados a la oración contemplativa, sin excepción, por lo tanto, invitados a voces como lo hizo Jesús en el umbral del templo: “Si alguien tiene sed, que venga a mí y beba” (Jn 7, 37). Es bueno recordar según Teresa de Jesús, que el Señor conduce a la fuente (oración contemplativa) por diferentes caminos (cf. C 5, 5; 17, 2; 20, 1).
Para Teresa la oración es “camino seguro” (cf. C 21, 5; 3M 1, 1), y por lo tanto, quien quiera iniciar la aventura de seguir a Jesús por este camino de la oración tiene asegurada la meta, que no es otra cosa que la comunión con Dios. Y ojalá estas palabras sirvan para que muchos se acerquen a sus escritos y la adopten por maestra: no quedarán decepcionados.
[1] cf. Simeón de la S. Familia, Doctora entre los doctores de la Iglesia. BMC, IX. Año, 1970, p.350.
[2] cf. Dicc. de Santa Teresa, Doctorado. E. Renedo, Burgos 20062, p. 854.