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Por: P. Hugo Sosa, CM
En este año de la Palabra el testimonio de los santos nos recuerda la imprescindible labor de colocar en el centro de nuestras vidas a la Palabra de Dios. Vicente de Paúl (Francia, 24/04/1581-27/09/1660) fue uno de los santos del S. XVII que dejó una herencia espiritual para los cristianos de todos los tiempos. Su vida fue dinamizada por la Palabra de Dios, a cuya lectura y meditación se dedicaba asiduamente y recomendaba la práctica diaria de la Lectio Divina a los laicos, consagrados y sacerdotes que compartían con él. Él afirmaba: “Daremos una señal de nuestro amor (a la Palabra de Dios) si amamos su doctrina y hacemos profesión de enseñarla a los demás”.
Si contemplamos la vida de este “místico de la caridad” a la luz del evangelio de Lucas, su vida y obra se resumen en un continuo conjugar de los verbos que aparecen en el conocido pasaje del “buen samaritano” (Lc 10,25-37): mirar, acercarse, compadecerse, vendar y cuidar a los heridos del camino, teniendo como modelo a Jesús, quien “como buen samaritano, se acerca a todo hombre que sufre en su cuerpo o en su espíritu”. (Prefacio común VIII-Jesús, Buen Samaritano).
Vivimos en un tiempo desafiante, de una pandemia que quedará en la historia, y una vez más observamos con tristeza que crece la brecha entre ricos y pobres. Si miramos nuestro tiempo y el de Vicente de Paúl, encontraremos similitudes en los desafíos a enfrentar y superar. En esta realidad concreta nos toca “misionar”, recordando que la vocación de cada uno de nosotros implica también mirar, compadecerse, vendar y cuidar. Que la intercesión del “místico de la caridad” nos lleve a ser apóstoles en la oración y contemplativos en la acción.
“Nosotros, si tenemos amor, hemos de demostrarlo llevando al pueblo a que ame a Dios y al prójimo, a amar al prójimo por Dios y a Dios por el prójimo. Hemos sido escogidos por Dios como instrumentos de su caridad inmensa y paternal, que desea reinar y ensancharse en los corazones” (S. Vicente de Paúl)