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Por: Hno. José Miguel Villaverde, SSP
"¡Quiero ser doctor!" "¡Y yo estrella de cine!" "¡Yo por mi parte quiero ser policía para luchar contra los malhechores!" "¡Y yo astronauta!" Son algunas de las respuestas que decimos cuando somos niños y se nos pregunta qué queremos ser de grandes. Ya de adolescentes o más jóvenes se nos venden muchas publicidades, incluso religiosas, que nos prometen una vida de triunfo, donde ser llamados “doctores”, “licenciados”, “jefes” se convierten en propuestas interesantes. A los veinte la mayoría queremos cambiar el mundo, nuestro entorno… ¡Sentimos que hemos nacido para el éxito grandioso! Pero, ¿Y si Dios te quiere zapatero? ¿Si el Señor te ofrece llegar a la santidad de un modo más sencillo y cotidiano?
Fue el caso de Ricardo, un joven campesino de la Acción Católica, muy trabajador, que un día, al buscar el sentido de su vida, volcó toda su vida al cumplimiento de sus ideales, de sus sueños. Entró a la Sociedad de San Pablo a los veinte años, desde allí lo veremos entre sus compañeros, un muchacho muy alegre y servicial. ¿Iba a ser Pa’i? No, sintió que su modo de servir al Señor era como Discípulo del Divino Maestro (es el nombre de los paulinos hermanos, no sacerdotes). En el noviciado recibió el nombre de Andrés, como lo conocemos hoy en la Congregación, y así, como el Hno. Andrés se esforzaba para vivir a diario y con alegría los deberes de la vida comunitaria, los estudios, la oración y una intensa vida de apostolado.
Al Hno. Andrés no le tocó estar al frente de la misión, no fue editor, ni escritor, ni periodista, ni locutor, ni director de alguna revista. A él le tocó trabajar en la imprenta, fabricando el papel, barriendo los talleres, encomendándole a María diariamente sus jornadas. Luego le vino un nuevo encargo: ser el zapatero de una gran comunidad. El hermano Andrés encontró allí su modo de servir al naciente apostolado de la prensa. Pensaba que sus hermanos sacerdotes debían recorrer el mundo para difundir el evangelio y para ello precisaban de buenos zapatos para ejercer su apostolado. Cuando veía que algún paulino traía roto su calzado o las suelas desgastadas, Andrés, sin que ellos lo supieran, los componía y al día siguiente los encontraban como nuevos.
Doce años de comunidad y apostolado fueron suficientes para su joven vida, ya que pasó a la eternidad a los 32 años, producto de una enfermedad respiratoria que llevó con serenidad y fe, ofreciendo su vida por la fidelidad de los futuros paulinos. Era el año 1948.
Dios lo quiso paulino, Dios lo quiso paulino zapatero y con ello se convirtió en modelo para los futuros hermanos. En el silencio, en la alegría, en la realidad de cada día, allí cumplió el sueño más hondo del hombre: ser amigo de Dios, esto es la santidad.
*Andrés Borello fue declarado venerable en 1990 por san Juan Pablo II, y se espera un milagro para su beatificación.