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Por: P. Denis Báez Romero, SDB
Hermanos, para este domingo 14° durante el año, rezamos con el Evangelio según San Mateo 11, 25-30
Comenzamos con una oración: Señor, reconocemos a tu Hijo que, manso y humilde de corazón, viene a aliviar nuestras fatigas diarias; ayúdanos a ser semejantes a Él y caminar contigo hacia el Padre.
Análisis de contenido
Queridos amigos: Este domingo, en la lectura propuesta, escucharemos que Jesús se dirige al Padre como un hijo agradecido, un hijo que conoce a su Padre. El Padre es para Jesús ese Dios que se revela a sí mismo, se da a conocer de modo personal, para que todo aquel que conoce al hijo pueda ver a través suyo al Padre que lo envía. Jesús habla de un Padre que no se hace el misterioso ni juega a la exclusividad; un Dios cercano, que se muestra tal cual es, y tan sencillo que solo la trasparencia de los pequeños es capaz de captar esa revelación.
Jesús realiza, lo que nosotros podíamos llamar oración universal: una acción de gracias por la revelación y una invitación a los pobres, a los afligidos, a los abandonados y a los oprimidos para que descansen en Él. Un descanso que nace del asumir la propia historia, la cultura en la que se vive, la realidad que cada quien afronta: “tomarla como pertenencia” (cargar el yugo) y aprender a confiar en la voluntad del Padre. Cuando Jesús propone tomar la carga y aprender de él que es paciente y humilde, nos propone una nueva vida, aprender a ser hombres espirituales además de personas históricas.
Este pasaje del Evangelio nos lleva a cuestionarnos: ¿Cuál es nuestra disposición interior para comunicarnos con el Padre? ¿Somos agradecidos? ¿Confiamos? ¿Somos pacientes? ¿Somos pequeños que creen en su Padre? ¿Somos hijos humildes de corazón, profundos en nuestra oración, confiados en la providencia de un Padre amoroso y en la presencia salvadora de un Redentor?. Preguntas sencillas en apariencia, pero que nos cuestionan profundamente la actitud con la cual miramos nuestra vida. Como creyentes, somos invitados por el mismo Jesús -“Vengan a mí”- a recorrer el camino para estar con él, a pesar de que puedan surgir dificultades, problemas, tropiezos.
Estamos llamados a buscar el “cara a cara” con el Señor del yugo suave y la carga ligera. El encuentro personal con este “Dios que se revela a los pequeños” nos otorga le certeza de que su humilde corazón nos “aliviará”.
En la tradición paraguaya, podemos comparar el yugo, con el “Kuair? mbokaja”, el anillo de coco, hecho con la fruta del cocotero. “Kuã” es dedo, e “ir?”, compañero. Ese objeto, que se utiliza como parte de un ajuar, representa la sencillez en su materia prima, y al mismo tiempo, el compromiso de quien lo porta o de quienes lo intercambian, como signo de unión desinteresada. El anillo acompaña a su portador, como amigo que acompaña en el camino, recorriendo el mismo tramo, atravesando las mismas dificultades, desde la humildad y la sencillez.
Cuando Jesús menciona el yugo suave, se refiere a aquello que aceptamos cargar con convicción de pertenencia, es decir, asumiendo que con Él debemos caminar en la misma dirección, ir a la misma velocidad, parar en el mismo momento y tener una misma visión, contemplar el mismo horizonte con la misma actitud: la oración, que es la carga liviana.
“Vengan a mi” es su modo de decirnos que debemos cargar juntos nuestros yugos, como los bueyes que tiran del arado unidos por el mismo armazón. Yo le hablo, Él me escucha; Él me habla, yo le contemplo, le alabo, siento su presencia. Él me acompaña en el camino: solo con esta certeza podemos cargar sobre nuestras espaldas el yugo de nuestra historia personal, y seguir a
Jesús, siendo semejantes a Él, mansos y humildes de corazón.