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Por: Hno. José Miguel Villaverde, SSP
Hemos transcurrido ya un largo tramo de un tiempo inusual, en el que, sobre todo, los países más golpeados han sido los más pobres. Nuestros hábitos van cambiando, nuestra manera de estar cerca también; sin embargo, a todo ello nos resistimos, muchas veces a precio de la salud de los demás, ¡cuánto cuesta mirar que el otro también sufre! Y en ese sentido, miramos ahora al personal de blanco de nuestro País, al del mundo entero, que desde hace unos meses lucha sin descanso contra la muerte, contra las deficiencias y la inconsciencia.
Médicos, enfermeras/os, laboratoristas, gente de limpieza, personal completo de hospitales y clínicas nos han dado una gran lección de amor en la dedicación por entero a las víctimas del Covid-19, muchos incluso a costa la propia vida. A todos ellos nuestro homenaje y nuestro compromiso de que en la civilización del amor que estamos llamados a construir, no hemos de dejar de lado la salud ni su gran esfuerzo.
Cuando en los países de América Latina se comenta acerca del sector salud, los resultados no son alentadores: la carencia de implementos, de espacios adecuados y, por ende, de una atención más acorde con la dignidad humana, de hijos de Dios, que ha quedado al descubierto en esta crisis, nos golpean (o deberían golpear) la conciencia.
Nosotros estamos invitados a cooperar con los médicos en el cuidado propio y el de los demás, siendo “buenos samaritanos”, nunca indiferentes al dolor ajeno, al trabajo arduo y heroico de los que, por vocación, son alivio para los enfermos.
Que la Virgen del Carmen, en cuyo escapulario sentimos el cuidado tierno y providente de Dios, siga despertando en nosotros la generosidad, la solidaridad y la buena vecindad, propia de una Nación fuertemente cristiana.