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Por: Fr. Derlis Rodrigo Ramírez Rojas, CSsR
En 1930 llega al Paraguay, de manos de unos misioneros redentoristas provenientes de los Estados Unidos, la Madre del Perpetuo Socorro, iniciando con ella una bella historia misionera, de abundante redención, pues es ella quien, en todo momento, fue acompañando a sus misioneros y precediéndolos en el anuncio de la Buena Noticia a los más abandonados.
Nuestra Señora del Perpetuo Socorro es la Madre a quien contemplamos en un pequeño ícono, que nos regala una tierna mirada que observa nuestras historias, cuya boca se encuentra muy cercana a los oídos de su Hijo Jesucristo, nuestro Perpetuo Socorro, para susurrarle nuestras intenciones. Es aquella que nos muestra una mano firme y lista para sostener a sus hijos como lo hace con el pequeño niño Jesús.
Todos aquellos que sentimos el llamado a la entrega de nuestra vida en la misión no somos huérfanos, tenemos a una Madre que nos sostiene, a quien miramos con confianza en el Ícono de Amor, la imagen de nuestra Madre del Perpetuo Socorro. La misma que fortaleció a tantos misioneros en el pasado, sigue fortaleciendo hoy a los que siguen este camino de misión. Es la misma imagen invocada por numerosos fieles con quienes los días miércoles, especialmente, rezamos y confiamos a su corazón maternal nuestras intenciones.
Los brazos de nuestra Madre están abiertos a todos, prontos para la acogida; de manera muy especial a los jóvenes que quieran entregar su vida al anuncio de la Redención, que nos es dada por su hijo Jesucristo. Son brazos de Madre que robustecen la fe, alegran en la esperanza, empujan a amar y entusiasman en el llamado para ir al encuentro del Redentor en los más abandonados.
A ella, con el cariño que brota desde las entrañas, le decimos:
“Madre de Jesucristo, nuestro Perpetuo Socorro, enséñanos a dejar arder nuestro corazón ante la palabra de Jesús, ayúdanos a no olvidarnos de ti en las ocasiones de pecar, a no temer pedirte que nos alces a tus brazos en los momentos de temor y a sujetarnos fuertemente de tus manos en los momentos de dolor, enséñanos a estar siempre disponibles para la misión junto con los más abandonados llegando con ellos a la Gloria de Jesucristo nuestro Hermano y nuestro Redentor”.