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Por: Rula
Les voy a contar la historia del día en el que me encontré con Él, o mejor dicho, que Él me encontró; no fue en una templo o en una capilla o en una alabanza. Vino a mi encuentro en una vereda, una noche que parecía como cualquier otra.
Me remonto al año 2011, una noche fresca de noviembre en Miami (era nuestra primera vez en EEUU y todos somos paraguayos). Era un viaje familiar y volvíamos de la casa de un tío al que fuimos a visitar. En ese entonces tenía 14 años y mi fe iba en decadencia.
Era de noche pasadas las 22hs y estábamos camino al hotel en el cual nos hospedábamos, íbamos por una carretera amplia y bien iluminada. Mi papá iba manejando y mi mamá en el lado del acompañante hablando del día y de sus recuerdos, mientras en la parte de atrás, mi hermano pequeño estaba dormido y yo disfrutando de la vista de la noche despejada.
Se sentía como un paseo normal, con las voces de mis padres de fondo y las figuras que corrían por la ventana. Pasaba el tiempo y seguíamos en el camino, de pronto empecé a notar el nerviosismo de mi mamá porque notó el gps venía fallando hacía varios km y mi papá le hablaba con un tono tranquilizador.
Cuando ya rondaba la medianoche terminaron admitiendo que efectivamente estábamos perdidos, mirábamos por los alrededores y todo estaba cerrado. Las gasolineras a varios kilómetros, seguimos conduciendo en línea recta y no teníamos dónde pedir ayuda. Entonces mi mamá (que siempre fue muy devota), nos dice que recemos y mientras estábamos en oración vemos un pequeño local con las luces prendidas, paramos esperanzados y me baje con mi mamá del vehículo para hacer de traductora. Al entrar había una chica sentada detrás del mostrador, le explicamos que estábamos perdidos y si podía indicarnos el camino, para nuestra decepción, nos dijo que no podía ayudarnos porque no ubicaba el hotel.
Salimos, pensando donde íbamos a pasar esa noche pero en realidad no teníamos idea de dónde ir. Ya en la vereda nos saluda un señor, de mediana edad y tez morena, que estaba vestido de barrendero. Le devolvimos el saludo y mi mamá le habla directamente en español, para nuestra sorpresa nos contesta en perfecto español, le explicamos nuestra situación y él al instante con una amplia sonrisa nos da las directrices de como llegar, porque afirmaba conocer bien la zona. Ambas estábamos sin palabras, luego le agradecimos varias veces y nos deseó un buen retorno.
Claramente llegamos más que bien gracias a Dios y las dos estábamos seguras de quien nos ayudó en ese momento de angustia. Espero sea de su agrado este relato y les dejo una de mis frases favoritas: “La fe consiste en creer lo que no vemos, y la recompensa es ver lo que creemos” (San Agustín de Hipona).