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Por: Pbro. Augusto Salcedo
Junto a las dos grandes Solemnidades que celebramos en la Iglesia, Navidad y Pascua, la Liturgia prolonga la alegría de la fiesta en los días de la semana que llamamos Octava. Particularmente, en esta Octava de Pascua hacemos memoria agradecida por la Resurrección del Señor, acontecimiento de salvación del que somos destinatarios si entramos en este Tiempo de Gracia con libertad y apertura de corazón para que el Señor transforme toda muerte en Vida por el Amor. Cada día ha de celebrarse con la misma solemnidad del Domingo de Pascua. Pues la Octava es la celebración de ese único Día prolongado en el tiempo.
Durante la semana de la Octava Pascual el Evangelio nos trae el relato de las siete manifestaciones del Resucitado. Se aparece a las mujeres, junto al sepulcro; se manifiesta a María Magdalena y la envía a anunciar la Resurrección; se manifiesta como un peregrino a los discípulos camino a Emaús, y luego Resucitado se aparece a los demás discípulos; aparece misterioso junto al Mar de Tiberíades; y finalmente anticipa el Evangelio que todo el mundo es destinatario de la Buena Noticia de la Resurrección del Señor. El día Domingo concluye la Octava de Pascua con la celebración del Domingo de la Divina Misericordia: El Señor entrega a los discípulos su Espíritu, soplando sobre ellos y los hace capaces de perdonar los pecados.
Pero, ¿cuál es el sentido de los Ocho Días?
Cristo resucita al tercer día tras su muerte: vence las tinieblas del pecado el primer día de la semana, el Domingo. Pero su Resurrección cambia por completo el sentido de la historia y de nuestras vidas... Por eso, los Padres de la Iglesia, nuestros antiguos pastores, veían en la Resurrección del Señor una nueva Creación que superaba los 7 días del Origen cósmico. El Sábado (“sabbath”) queda superado en plenitud por un nuevo Día, grande y glorioso, el Octavo Día de la nueva Creación en Cristo. El Tiempo de Dios hace suyo el tiempo de los hombres. En Cristo, el nuevo Adán obediente hasta la muerte en la cruz, la Humanidad toda contempla realizada su vocación original: ser hijos de Dios para vivir en una amistad de comunión con Él, para siempre, como sucedía en el origen. Por esta razón, el número 8 se instala en nuestras Liturgias para conmemorar la Pascua como un acontecimiento prolongado en el tiempo, que lo renueva todo, pues el Señor permanece siempre con nosotros, hasta el final.
Existe una relación esencial entre la Pascua de Cristo y el Sacramento del Bautismo. La Resurrección acontece en el Octavo Día, como una nueva Creación en Cristo que lleva a plenitud la Creación realizada en Siete Días. El número 8 es entonces el signo de esta plenitud que Cristo Resucitado realiza en la Pascua para salvar a la Humanidad caída en pecado. Antiguamente los baptisterios se construían teniendo en cuenta este Misterio, con fuentes bautismales de ocho lados, octogonales, o algunas con ocho escalones para entrar y salir de la piscina donde se realizaban los bautismos. Nuestro Bautismo es tomar parte en la Resurrección del Señor. Si Cristo no hubiera resucitado, vana sería nuestra Fe, escribió San Pablo a los Corintios (1Cor 15,14).
Vivamos con fe y esperanza cada Pascua, esta, que es tan distinta, las que vengan, las que el Señor quiera.