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DOMINGO DE PASCUA

Por: P. Denis Báez Romero, SDB

 

Hermanos, ¡Feliz Pascua de Resurrección! Reflexionemos juntos en torno al Evangelio según San Juan 20, 1-9

Invocación al Espíritu de Dios
¡Oh Dios Todopoderoso, ¡Tú que has vencido a la muerte, ayúdanos a vencer todo aquello que nos aleja de Ti, para que podamos resucitar contigo a la nueva vida, y así acercarnos, por medio de tu infinito amor, a aquellos que aún no creen, y a los débiles que te necesitan!
Danos la fuerza de tu Espíritu, Señor, para que el miedo, las comodidades o las ocupaciones no cierren nuestras puertas; que nuestra fe como Iglesia crezca, afianzada en Ti para siempre, y podamos anunciar que ¡Cristo vive!

Lectura Bíblica
El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada. Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”. Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más rápidamente que Pedro y llegó antes. Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo, aunque no entró. Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo, y también el sudario que había cubierto su cabeza; este no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte. Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: él también vio y creyó. Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, él debía resucitar de entre los muertos.

Análisis de contenido
Queridos amigos: El primer día de la semana, aún de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena va a visitar a su Señor. La luz todavía se muestra pálida, la claridad está velada por las tinieblas, y el corazón de María aún permanece en ese oscuro recinto al cual la llevó el dolor de la muerte. María ha ido a buscar a Aquel cuya ausencia le duele; envuelta en una fe cubierta por el manto de la duda y por la ausencia de la luz de Jesús, ella sale en su busca y encuentra la tumba vacía.

Con sorpresa, “Ve que la piedra ha sido quitada”, removida; y con una mezcla de asombro y dicha, echa a correr. Mientras la incipiente claridad del amanecer la ilumina, experimenta por un lado la sorpresa, y por otro el reclamo de la razón, que le grita: “¡Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto!”.

Estamos en el primer día de la semana, el día que, a partir de aquel, será “día del Señor”, memorial de Jesús resucitado. María se enfrenta a la lucha entre la emoción y la razón: habiendo sido testigo de la pasión y muerte del Señor, la tumba vacía es un sin sentido, hasta que la fe la ilumina, como la potente luz del sol, y hace que resuene la voz que grita: “¡Está vivo! ¡Ha resucitado!”.

La fuerza de la fe, la certeza del saberse amados y no abandonados, impulsa a los discípulos a correr, a procurar el encuentro con el Amor de los Amores. Ellos, fieles discípulos que acompañaron los momentos trágicos de la pasión, intuyen la presencia del amado.

“Corrían los dos juntos”, el otro discípulo corrió delante, más rápido que Pedro. A esos dos discípulos hoy podríamos llamarlos: la institución y el carisma. La Iglesia, con sus carismas y dones, nos propone al papa Francisco como testigo de esta actitud. La “Iglesia en salida”, de la que nos habla nuestro Pastor, se identifica con “el otro discípulo”: una Iglesia que es dinámica, que recorre el camino con renovada esperanza, que es más rápida que la Iglesia institucional.

Esta, sin embargo, que trata de cuidar los dogmas y las enseñanzas recibidas, es más conservadora. Este correr juntas, de la mano, la Iglesia institucional y la Iglesia del carisma, nos hablan de una complementación que se convierte en signo de comunión. Por eso, el otro discípulo, identificado con el carisma, respeta y deja lugar a la institución, para el reconocimiento auténtico de que la tumba está vacía y de que el Señor ha resucitado verdaderamente.

El discípulo amado debe enfrentar el miedo y lo desconocido y debe realizar su propia experiencia para poder “ver y creer”. No debemos detenernos en “la entrada”; debemos asomarnos, ser curiosos, experimentar, sorprendernos y anunciar que Él existe, que la vida está presente. Corramos al encuentro de nuestro Señor y seamos testigos de su resurrección. Entremos, y no nos quedemos mirando simplemente desde fuera. Involucrémonos en este espacio que, por una parte, estará desordenado, los lienzos extendidos en el suelo, y el sudario envuelto en forma armónica en otra parte.

Debemos ir más allá de la piedra, sin detenernos en la entrada; debemos mirar hacia dentro y tener el valor de entrar, para poder “ver y creer” que Él está vivo. Este recorrido nos anima a “volver a Galilea”, a la casa, con ansias de emprender nuevos cambios. Retornemos con ansia a nuestras comunidades, dejando de lado las dudas -las piedras- y caminemos anunciando a los demás la buena noticia de la experiencia que hemos vivido: la resurrección del Señor.

Estamos invitados a experimentar primero nosotros la fuerza de la resurrección para que luego podamos salir a anunciar, como líderes cristianos, que el sepulcro está vacío y que Él está vivo.

Para la vivencia cotidiana
Como cristianos, estamos invitados en esta Pascua a compartir el triunfo de Cristo sobre la muerte, a dejar que él encienda el fuego de su luz en nuestro corazón. Por eso nos preguntamos: ¿Somos capaces de reconocer a Cristo en los momentos oscuros de nuestra vida? ¿Volvemos a la casa en los momentos críticos para experimentar su compañía? Cuando leemos la Palabra de Dios, ¿comprendemos mejor a Cristo?