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Meditaciones Teologantes
MEDITACIONES EN VIERNES SANTO

Por: Diác. Gustavo José Oubiña

 

“¿Por qué me interrogas a mí? Pregunta a los que me han oído qué les enseñé. Ellos saben bien lo que he dicho” (Jn 18,21). Un año más contemplamos juntos el día más triste y doloroso de la historia del universo. Día en el que contemplamos la muerte de Jesús de Nazareth, hombre y Dios verdadero. Día en el que la humanidad le da la espalda a Dios. Día en el que Dios abraza a la humanidad.

Traición y conspiración; espadas, antorchas y palos; soldados, gritos y llantos, falsas acusaciones, latigazos y salivazos; clavos, espinas, cruz y muerte. Ese es el escenario de uno de los momentos más críticos de la historia. Sin embargo, hay mucho más. No se trata simplemente de la muerte de un hombre justo. Esto no cambiaría la historia. Se trata de la muerte del Hijo de Dios. Y esto lo cambia todo. De pronto, el gris de la muerte se vuelve un blanco brillante… La incomprensión se vuelve esperanza y el miedo se vuelve confianza.

Cuando contemplamos un Cristo crucificado, surge en nuestro interior una pregunta atormentadora: ¿Por qué Señor? Es la pregunta de todo hombre que se enfrenta a la muerte y al dolor. ¿Por qué tuviste que sufrir? ¿Por qué tenemos que sufrir?

Sin duda muchos hombres y mujeres le preguntan hoy a Jesús, mirándolo en el crucifijo: ¿por qué Señor esta cruz? ¿por qué esta enfermedad? ¿Por qué esta pandemia? Lo cierto, es que Cristo nunca ha revelado porqué era necesario padecer (cfr. Mt 16,21). Sin embargo, Él asumió hasta las últimas consecuencias el pecado, el dolor y la muerte transformándolas en sí mismo en causa de Salvación para todos los que creen en Él.

Cuando el Sumo Sacerdote Anás interrogó a Jesús para condenarlo a muerte, Jesús le respondió “¿Por qué me interrogas a mí? Pregunta a los que me han oído qué les enseñé. Ellos saben bien lo que he dicho” (Jn 18,21). Hoy también muchos pueden preguntarnos a nosotros esperando una respuesta que venga de Dios. ¿Qué diremos pues? ¿Cómo no enmudecer frente al misterio del mal? ¿Qué nos ha enseñado nuestro amigo, maestro y Señor?

“Dios es amor” (1 Jn 4,8.16) y “es la Vida” (cfr. Jn 12,25). Sólo el amor es capaz de transformarlo todo y convertir el peor de los escenarios es semilla de eternidad. Jesús nos ha dicho que Él es la resurrección y la Vida y el que cree en Él, aunque muera, vivirá. (Jn 11,25). ¡Con qué realismo estas palabras toman fuerza en los momentos de cruz! ¡Cómo anhelamos que Jesús venza las tinieblas del pecado y de la muerte! ¡Cómo nos reconforta y consuela ver el amor de Dios derramado en tantas personas que con generosidad e incluso arriesgando la propia vida se esfuerzan día a día por cuidar a los demás!

El porqué de la cruz no es algo que podamos responder nosotros. Pero sí es algo que respondió Jesús transformando su condena en entrega, su muerte en ofrenda, el odio en perdón, la muerte en Vida eterna. Abramos los ojos para contemplar al Autor de la Vida (cfr. Hch 3,15) que muriendo venció la muerte y resucitando nos trajo la salvación. Dejémonos transformar por su amor para ser nosotros también esos sarmientos que alimentados por la vid dan mucho fruto (cfr. Jn 15,5).

Pidámosle a María Santísima, Madre de Jesús y Madre nuestra interceda por todo su pueblo al pie de la cruz para que podamos también nosotros hacer Pascua y convertir estos días de sufrimiento y dolor en causa de Salvación. Amén.