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Por: P. Fernando Teseyra, SSP
Las grandes personalidades de la historia son como una veta de metal precioso inacabable, aun cuando su existencia terrena haya acabado. Cuanto más profundizamos en su vida y obra, más nos enriquecemos porque son como un tesoro forjado durante largos años de formación y experiencias, que son las principales fuentes del crecimiento humano. Pero cuando hablamos de los hombres y mujeres de Dios, debemos reconocer que al trabajo humano se le suma la acción de la gracia de Dios que los encamina hacia las metas más insólitas, porque está en juego la difusión de la Buena Noticia de Jesucristo y el desarrollo de aquellos que en las periferias existenciales esperan el anuncio liberador de Jesucristo.
Este es el caso de Santiago Alberione, el sacerdote italiano que a lo largo de los ochenta y siete años vida fue convirtiéndose como en una veta de metal precioso que está en los cimientos de la Iglesia, y desde dentro la enriquece con el paso de los años. Él comenzó con un desconocido grupo de jóvenes una tarea titánica desde un recóndito pueblo del norte de la península Itálica, se trata nada menos que de anunciar el evangelio con la comunicación social, movido por el principio de la encarnación de la Palabra, que se hizo vida en una cultura y lugar también insospechado del majestuoso, envanecido y violento Imperio Romano.
Como modelo de vida tomó a san Pablo, el apóstol convertido del fariseísmo al discipulado misionero cristiano. Este es otro prohombre que también tiene una vida convertida en yacimiento de espiritualidad, misión y humanidad que es más diáfano y magnífico con el paso de los siglos y con el avance de los estudios sobre su persona y su obra. Es el Apóstol que responde a las exigencias de la evangelización del mundo moderno, alejado de Dios, díscolo e idólatra de las cosas más inhumanas como la guerra, los armamentos nucleares, las tiranías cívico militares que siguen sobreviviendo en el esperanzado siglo XXI. San Pablo es la respuesta al hombre que busca a Dios con las maravillas del arte, la música, la ciencia y el progreso puestos al servicio del ser humano y su salud. Así, por la gracia de Jesucristo, Señor de la historia, se unieron dos grandes, Pablo y Alberione para que el siglo XX y de ahí en adelante se proclame el evangelio con las formas de comunicación que vaya inventando el ser humano.
Tal obra apostólica requiere de hombres y mujeres que sean san Pablo viviente hoy. De ahí que Alberione pensó que religiosas, consagrados laicos, sacerdotes y laicos cada uno desde su vocación y desde diferentes formas de comunicar el evangelio se unieran para que el evangelio se haga carne en la cultura de los pueblos. Por eso, desde 1914 a 1971 dio a luz, formó y consolidó la Familia Paulina, para la comunicación del evangelio.
Pensemos que como san Pablo, los apóstoles modernos deben alcanzar la espiritualidad del Apóstol: “Ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí” (Gal 2,20). Estos apóstoles deben entregar la Palabra hecha carne en diferentes pueblos y naciones a los más alejados, a los que no cuentan mucho en la sociedad, como María presentó el Niño Dios a los pastores y a los Magos de oriente, pero con los medios que conoce el hombre y la mujer de hoy, aquellos que usa para comunicarse.
Hace cuarenta y ocho años que Alberione pasó a la Casa del Padre y fue beatificado en 2003 por Juan Pablo II. El santo Papa peregrino, en esa ocasión, dirigiéndose al mundo expresó que así como el corazón de Pablo es el corazón de Cristo, el corazón de Alberione es el corazón de Pablo. Por eso, Dios que guía los procesos de la historia no deja de llamar a descubrir la personalidad y el legado del padre Alberione, que no se agotan, porque están enclavadas en la profundidad y anchura de Jesús Maestro camino, verdad y vida.