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Lectura Orante
DOMINGO II DE CUARESMA (Ciclo B)

Por: P. Denis Báez Romero, SDB

Queridos hermanos, hoy rezamos con el Evangelio según San Marcos 9, 2-10

 

Invocación al Dios
Padre, que en esta cuaresma busquemos un lugar para el encuentro contigo, para poder contemplar tu rostro mediante la revelación de tu mismo Hijo. Que en este encuentro no tengamos miedo de arriesgarnos, para renovarnos y asumir nuestro compromiso, abriendo nuestro corazón.

Análisis de Contenido
Queridos amigos: Continuamos con nuestra catequesis, viendo la importancia que tuvo esta narración de la transfiguración en la vida de la primera comunidad cristiana. Los tres discípulos del Señor han experimentado el sabor del cielo y la realidad de la tierra. La contemplación del rostro del Señor es el fruto de la continua revelación que sigue realizando el Hijo de Dios a lo largo de nuestra historia.

La imagen de la transfiguración nos indica el camino que tenemos que hacer en esta cuaresma. Jesús sube a la montaña e invita a los discípulos a subir con él. La montaña es, al igual que el desierto -lectura del domingo pasado-, lugar de encuentro con Dios. En la montaña, Jesús invita a sus discípulos a elegir, y les anuncia la Pasión y la Pascua.

La experiencia del encuentro con Jesús toca nuestro interior y comienza a renovar toda nuestra vida, sin que nos demos cuenta. Por eso, nos sentimos bien con el Maestro, le tenemos a nuestro lado, estamos en su presencia, sin darnos cuenta del tiempo que transcurrimos con él. Pero la realidad de la vida y sus circunstancias nos obligan a asumir nuestro compromiso, con la mirada hacia el cielo y los pies bien asentados sobre la tierra: esa es la vida del creyente.

Contemplar el rostro del Señor y estar a su lado es lo más grande que nos puede suceder. Pero algunas veces el temor y la inseguridad pueden truncar nuestro sueño de encontrarnos con el Maestro que buscamos. El miedo puede ser un obstáculo para abrirnos al Señor; puede impedir que nos arriesguemos; puede inducirnos a poner condiciones a su búsqueda; puede producirnos aquella ceguera que nos impide contemplar su rostro; puede hacernos sordos para escuchar su voz. Abramos nuestro corazón a su voz: “Este es mi Hijo muy querido, escúchenlo”.

Para vivir una vida cristiana auténtica y profunda
En la vida del creyente, es fundamental la oración. En la oración, tendemos hacia Cristo, para comunicarnos con él y conocerlo. En la intimidad de la oración, ¿cuál es la forma en que respondo a Jesús? ¿Tengo mi espacio de encuentro con él? El miedo que tengo, ¿me impide estar disponible para conocerlo más?