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Lectura Orante
DOMINGO XXVII durante el año

Por: P. Denis Báez Romero, SDB

 

Queridos hermanos, para este Domingo 27° durante el año, rezamos con el Evangelio según San Mateo 21, 33-43

 

Invocación al Espíritu de Dios

Señor, acompáñanos y guíanos a 

hará producir sus frutos". Los sumos sacerdotes y los fariseos, al oír estas parábolas, comprendieron que se refería a ellos. Entonces buscaron el modo de detenerlo, pero temían a la multitud, que lo consideraba un profeta.

Análisis de contenido

Queridos amigos: Repetidamente durante estos tres domingos, hemos escuchado parábolas referentes a la viña. En el día de hoy, nuevamente escuchamos la parábola de los "viñadores homicidas", y nos damos cuenta al oírla, que Dios tiene un cuidado especial de su pueblo, una especial preferencia por él: lo cuida, lo acompaña, lo va guiando a través de revelaciones. Sin la visión de Dios, sin un proyecto que viene de él, el hombre se pierde en su egoísmo, se vuelve traidor a su propio destino y se rebela frente a su Dios. Pero Dios permanece siempre fiel a sus promesas y alianzas.

El cuidado que tiene el propietario de su viña para obtener buenos frutos se ilustra muy bien en esta parábola. Hay un proceso gradual de trabajo: plantar la viña, rodearla, cavar y edificar. El mismo proceso hace Dios con su pueblo: envía profetas para anunciar la venida del heredero, para que puedan recibirlo como un Dios que sabe cultivar buenos frutos para su Reino. Él conoce el tiempo oportuno, sabe cuál es el tiempo adecuado para preparar la tierra, el tiempo para sembrar y el tiempo de cosechar.

Para cultivar buenos frutos, es importante que los viñadores no traicionen la confianza que ha puesto en ellos el dueño de la viña. Observando algunas características de la parábola y las actitudes de los que alquilan la propiedad, como cristianos podríamos preguntarnos qué tenemos en la mano. ¿Qué tipo de arma utilizamos? Un garrote o unas piedras, para eliminar a los enviados de Dios, queriendo ser patrones de la propiedad ajena, en lugar de trabajar por la justicia y la transformación del mundo. No alejemos nuestra mirada de Cristo. Deseemos esa tierra que gratuitamente el Padre nos confía para trabajar, para que también nosotros podamos, con nuestra entrega, echar raíces profundas en la vida de Cristo.

El pecado del hombre es que quiso ser el patrón: fue infiel al compromiso y no reconoció al enviado de Dios. El egoísmo lo cegó con el deseo de heredar lo que no le pertenecía. La conversión es el camino para retornar siempre a Dios, para ser fieles a este Dios que está siempre atento a nuestras necesidades y nos muestra continuamente su camino.

Para la vida diaria 

Esta cercanía divina nos invita a preguntarnos cómo respondemos al amor de ese Dios misericordioso y a esa relación de cercanía con nosotros, sus elegidos, ungidos y enviados. Los cristianos no debemos identificarnos con quienes han eliminado a los profetas enviados, sino transformarnos en una nueva generación de creyentes que produce frutos porque pertenece al Reino.

Nuestra actitud como creyentes debería ser la de salir al encuentro del propietario de la viña para entregarle el fruto que él espera, ese fruto producido a su debido tiempo. Y el fruto que el Padre desea es transformar el mundo, enviando a su Hijo. Debemos creer en él. No nos dejemos arrebatar nuestros sueños por personas que quieren robar nuestros ideales, nuestro trabajo, nuestro proyecto de pertenecer a la viña del Señor.

Como cristianos, debemos confirmar nuestra certeza de pertenecer al pueblo elegido y al reino que nos ofrece el Padre. No perdamos esta oportunidad, no dejemos que otros ocupen nuestro lugar. Construyamos la torre de vigilancia, preparemos el terreno, sembremos en él y así produciremos abundantes frutos para poder saborear la presencia del Señor.