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Por: José Ignacio de Lima
Todas las mañanas, antes de las 8:30, un médico va a la Iglesia, comulga, se queda en oración hasta que por la calle lo aborda algún anciano que tiene alguna dolencia. Su nombre es José Moscati, napolitano, laico comprometido con su fe. Llega temprano al hospital, va a visitar a sus pacientes, mientras los examina, con una gran y sincera sonrisa los conforta, les habla de Dios a veces solo con sus gestos de bondad.
Si hay alguien que no puede pagar la consulta, este médico los atiende igual, sabe que en el Cielo está su paga, que es bienaventurado por favorecer a quien no puede pagarle, lo ha leído en los evangelios. También ve partir a la eternidad a los moribundos, a los infectados por alguna peste. Sufre con sus enfermos, los anima, no toma en cuenta las horas extra.
En una ocasión, cuando la epidemia del cólera sucumbió su ciudad; él se mantuvo firme, tomando el lugar de otros médicos que por temor habían abandonado sus puestos. Así, algunos años más tarde lo nombran director de un hospital y formador de los futuros médicos, a quienes les recomienda no solo la pericia médica, sino el trato humano y cristiano con sus pacientes.
Y así, entre consultas a domicilio, clases, la dirección del hospital y las visitas frecuentes a las salas, el médico se fue santificando, encontrando a Cristo día a día, en lo ordinario y heroico de su vida.
San José Moscati, médico italiano, falleció el 12 de abril de 1927. San Pablo VI lo beatificó en 1975 y en 1987, san Juan Pablo II lo inscribió en el catálogo de los santos.
Oramos pidiendo su intercesión:
San José Moscati, te pedimos por todos los médicos, enfermeros, trabajadores de los hospitales y todo aquel que trabaje en el sector de salud, que en su labor sean reconocidos, cuidados de todo mal y bendecidos con la salud necesaria para cumplir bien su misión.