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Por: P. Denis Báez Romero, SDB
Hermanos, en este Día del Señor, rezamos con el Evangelio según san Juan 14, 15-21.
Invoquemos juntos al Maestro Divino: Maestro Bueno, concédeme la gracia de recibir tu Espíritu de amor y, por medio de Él, permanecer en Ti. Dame, Señor, un corazón tan humilde y misericordioso como el tuyo, para que pueda amarte cumpliendo tus mandamientos y viviendo la caridad cristiana hacia mi prójimo. ¡Dios es amor!
Queridos amigos, la liturgia de este domingo nos orienta hacia la venida del Espíritu Santo, hacia la fiesta de Pentecostés. Estamos en el contexto de la “última cena”: el Maestro realiza un gran discurso de despedida y motiva a los discípulos a que permanezcan unidos a Él, como “la vid a su sarmiento”. Sin embargo, ellos se encuentran turbados, huérfanos, por la aparente ausencia del Señor en medio de ellos: ignoran que Él, porque los ama, estará presente de “forma espiritual”, con el Padre, a través de su Espíritu.
El tema del amor es un concepto muy utilizado por el Evangelista. La ausencia física del Señor será ocupada por el Espíritu de amor, por el Consolador que fortalecerá a la comunidad. Pero el discípulo debe observar el mandamiento del Maestro. El amor a Cristo es cumplir el mandamiento. Como consecuencia, el amor es un tema de decisión personal; los creyentes deben tomar una decisión, y la respuesta cotidiana a este amor es libre.
Los discípulos no quedarán huérfanos. Jesús les promete una nueva presencia: el Espíritu que viene, llamado “el Paráclito”, estará con ellos. Este tiene la misión de velar y garantizar la verdad en los creyentes: de apartarlos del espíritu del error, de las falsas doctrinas que pretenden implementarse dentro de la comunidad, de una catequesis desviada de la verdad, de los antivalores que puedan surgir. El Espíritu de verdad da fuerza y orienta a mantenerse fieles a las enseñanzas del Maestro, a guardar sus mandamientos, a amarle y a permanecer en Él.
Permanecer en Cristo es provocar en nosotros aquel amor que se manifiesta en actos y en hechos concretos: ellos son los que permiten que Dios engendre nuevos creyentes que testimonien el amor a Jesús. “Guardar sus mandamientos”, como Él nos indica - “que se amen los unos a los otros como yo los he amado”-, implica el compromiso de amarlo en primer lugar. Amando a Cristo es cuando cumplimos los mandamientos, y así Él permanece en medio de nosotros y el Espíritu estará siempre en nosotros y no nos dejará huérfanos.
La presencia del Espíritu nos motiva a crecer siempre en la fe; motivados por su cercanía, hacemos camino con los discípulos hacia el Padre, creyendo y cumpliendo sus mandamientos. Mi autenticidad de creyente consiste en guardar sus mandamientos y practicarlos. Esa relación de amor que existe entre Él y yo es la que me da vida.
Examinando nuestra vivencia cristiana como creyentes iluminados por el Espíritu Santo, nos preguntamos: ¿Entra la Palabra de Dios en nuestro corazón iluminado por el Espíritu? ¿Somos capaces de dar razón de nuestra fe, de nuestra esperanza, cuando alguien nos interroga? Como cristianos, ¿vivimos la presencia del Espíritu como alma de la comunidad? ¿Dejamos que el Espíritu ore en nosotros?