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USTEDES SON EL CUERPO DE CRISTO

Por: Pbro. Augusto Salcedo

 

La inusitada situación que trajo consigo esta pandemia nos obligó a recluirnos en nuestras casas, extremando cuidados. En los últimos días, percibiéndose un ambiente de menos tensión que al comienzo de la pandemia y ante el tímido incremento de contagios, son numerosos los fieles que piden a sus pastores, sea por videos virales u otro tipo de mensajes, que quieren volver a sus iglesias a celebrar los Sacramentos. Dicen sin más «¡Devuélvannos la Misa!», entre otros argumentos, algunos más combativos; otros, algo diplomáticos. Entonces puede notarse que en el fondo de estas iniciativas viralizadas se ponen en juego una dimensión espiritual-sacramental junto a una actitud sensacionalista. Frente al avance de la pandemia, los Gobiernos en sus diferentes países obligaron a quedarnos en casa, suspendiendo actividades y extremando los cuidados para prevenir los contagios. Que los fieles no puedan asistir físicamente a la celebración de la Misa no puede comprenderse como una medida arbitraria de nuestros Obispos y sus sacerdotes, sino ante todo como una medida preventiva. No obstante, grande es aún la creatividad de muchos sacerdotes al transmitir las celebraciones por las redes sociales y proponer al conjunto de los fieles otras instancias de oración. Por eso, nuestros pastores no tienen nada que devolvernos, y con la confianza propia de los hijos, esperamos que sean ellos quienes en diálogo con las autoridades prevean, cuando sea posible, la apertura de nuestras iglesias para la celebración de los Sacramentos.

No debemos dar lugar a aquella actitud sensacionalista; no está bien usar argumentos que en lugar de contribuir a la comunión solo buscan plantar polémicas y fisuras en la Iglesia.

Sí debemos profundizar en la dimensión espiritual-sacramental de nuestra vida de hijos de Dios. Yo les propongo tres breves criterios o, más bien, ideas fuerza que podrían ayudarnos a reflexionar en este tiempo de pandemia.

- Paz y unidad. Cuando concluye el Padre nuestro en la celebración de la Misa y al iniciar el Rito de la paz, el sacerdote reza una plegaria en la que pide a nuestro Señor Jesús: “no tengas en cuenta nuestros pecados, sino la fe de tu Iglesia y, conforme a tu palabra, concédele la paz y la unidad”. Esta breve pero tan sustanciosa invocación pide para toda la Iglesia la paz y la unidad, y sabemos muy bien que esta gracia del Cielo es mucho más que reunirnos físicamente. Es Él quien nos libra de toda perturbación y peligro para darnos su Paz. Recordemos, especialmente en esta Pascua, cómo el mismo Señor Resucitado se presenta así a sus amigos. ¿No necesitamos acaso sentirnos más que nunca unidos en una Oración común, llena de confianza y esperanza, sin miedos ni sospechas, motivados por la Paz que no da la Pascua?

- Ustedes son el Cuerpo de Cristo. Los primeros cristianos tenían muy clara esta realidad. San Pablo se convierte luego de que el Señor Jesús lo deslumbrara camino a Damasco presentándose como Aquel a quien perseguía; el dolor, la tristeza, el miedo y la muerte de los cristianos perseguidos iban en contra del mismo Señor, de su Cuerpo. Todo lo vivían en comunidad; las necesidades de unos eran las de todos. El libro de los Hechos de los Apóstoles es un testimonio fresco de esta realidad. “Estas familias convertidas eran islotes de vida cristiana en un mundo no creyente” (Catecismo de la Iglesia Católica, 1655).  Aun cuando durante este prolongado tiempo no celebremos los Sacramentos como lo hacíamos habitualmente, nada puede poner en duda de que nosotros, por nuestra pertenencia al Amor pascual de Cristo, somos un único Cuerpo. En este tiempo, nuestras casas se han convertido en aquel Templo que deseamos reencontrar para celebrar en comunidad… Pero, ¿no nos sentimos unidos al dolor de los que sufren en carne propia la crisis de este virus, con nuestra superable angustia por la falta de celebrar los Sacramentos?

- La Familia, Iglesia doméstica. El Concilio Vaticano II fue el gran promotor de que la totalidad del Pueblo de Dios viviera la Fe de manera renovada en la Iglesia. Son los fieles laicos los principales discípulos-misioneros en medio de la sociedad; son sus familias y amigos quienes reunidos en una Oración común aseguran aquella presencia que el mismo Señor Jesús prometió: «Porque donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy presente en medio de ellos» (Mateo 18,20). El decreto sobre los fieles laicos del Concilio Vaticano II (Apostolicam Actuositatem, n. 11) presenta a la familia como el “santuario doméstico de la Iglesia”, realidad tan potenciada por San Juan Pablo II al escribir que “el amor que anima las relaciones interpersonales de los diversos miembros de la familia, constituye la fuerza interior que plasma y vivifica la comunión y la comunidad familiar”, por lo que de ella “puede y debe decirse «Iglesia doméstica»” (Familiaris Consortio, 21). “La Iglesia no es otra cosa que la «familia de Dios»” (Catecismo de la Iglesia Católica, 1655); la realidad del Pueblo de Dios toma forma en la “Iglesia doméstica”, donde los padres deben ser para sus hijos los primeros predicadores de la fe, mediante la palabra y el ejemplo, y deben fomentar la vocación propia de cada uno, pero con un cuidado especial la vocación sagrada” (Concilio Vaticano II, Lumen Gentium, n. 11). 

Sin lugar a dudas, estas ideas fuerza o criterios para la reflexión siempre tendrán su punto de partida en la Eucaristía celebrada sacramentalmente, pero no por este paréntesis en el marco de la pandemia debemos permitir que se nos robe la esperanza de ser Iglesia, Comunidad y Familia de los hijos de Dios, por la gracia del Bautismo. Porque Dios está con nosotros, ¡siempre! La fuerza de su Palabra permanece en su Pueblo, en nuestros corazones... ¡Somos suyos y Él es nuestro!