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Por: P. Denis Báez Romero, SDB
Leemos juntos el Evangelio según San Juan 11, 1-45
Invocamos al Espíritu de Dios:
Maestro bueno, hoy salgo a tu encuentro. Quita las piedras que me frenan en mi camino, las vendas y ataduras que aprisionan mi vida, para que pueda gozar de la Resurrección a la nueva vida. Señor, tú que eres la Resurrección y la Vida, hazme partícipe de tu gran amor y acrecienta mi fe para que, caminando con paso firme en la esperanza hacia la libertad, pueda gozar de la Gloria de Dios por siempre.
Meditamos:
Queridos amigos: En este quinto domingo de cuaresma escuchamos la narración de la enfermedad, la muerte y la reanimación de Lázaro, amigo de Jesús. El Señor amó con predilección a María, Marta y Lázaro, la familia de sus amigos de Betania. Las dos hermanas enviaron a algunas personas para que dijeran a Jesús: “Señor, aquel a quien tú quieres está enfermo”. Jesús se pone en camino. Y para devolver la vida a su amigo Lázaro, él está dispuesto a perder la suya, ya que los judíos lo habían amenazado con la lapidación. Incluso los apóstoles están dispuestos a entregar su vida; por eso, dicen: “Vayamos también nosotros a morir con él”. La muerte de Lázaro es un momento adecuado para fortalecer a esa familia con el consuelo de la fe.
Jesús se conmueve ante la muerte, en este caso de su amigo Lázaro, y prepara a sus discípulos, para que ellos puedan creer en el milagro que están a punto de contemplar. El maestro sale al encuentro de nuestra debilidad humana, puesto que nos toca en los momentos más sensibles de nuestra realidad familiar. Jesús muere en su corazón una “muerte espiritual”, al enterarse de lo que ha sucedido a su amigo. La muerte para el cristiano es un descansar en Cristo. Por la fe sabemos que los muertos vivirán en Dios. Jesús mismo usa el lenguaje del dormir y del sueño reparador para referirse a la muerte de Lázaro.
Salir al encuentro de Jesús implica creer en él, confiar en él, profesar nuestra fe en él. Para Marta, creer en Jesús fue necesario para que su hermano volviera a la vida. Jesús se conmueve interiormente, y expresa su dolor llegando a las lágrimas, signo del intenso amor que profesaba hacia su amigo. Se introduce un diálogo muy familiar, de corazón a corazón. Marta dice a Jesús: “Señor, si hubieses estado aquí, no habría muerto mi hermano”. La respuesta del Señor abre el camino a la esperanza. Jesús le contesta: “tu hermano resucitará”, volverá a vivir, retomará la vida, porque “yo soy la resurrección y la vida”.
En la existencia de Lázaro, amigo de Jesús, se mezclan el dolor, la alegría y el milagro de la vida. En medio de su llanto, Jesús da órdenes: que se retire la piedra. Debemos sacar de nuestra vida toda piedra que bloquee la vida: todo luto, todo dolor, todo desaliento, toda clase de tristeza, para que, como Jesús, podamos alabar al Padre y exclamar con esperanza: “¡Lázaro, sal afuera!”.
Luego de la alabanza gloriosa y de la invitación a salir, Lázaro sale atado con las vendas que lo amarran, lo encarcelan, signos de una vida que trae a su familia dolor y desamparo, pero no desesperación. Allí surge la voz del Señor, que hace resurgir y da la vida: y Lázaro comienza a actuar, y obedecer a la Palabra del Señor, que finalmente lo invita a andar: ¡Vete!
Vivencia cotidiana: caminar hacia Jesús, implica dejar de lado nuestra vida pasada. ¿Qué ataduras encuentro en el camino que me impide caminar hacia ti? Ser amigos de Jesús implica algunas veces sufrir su ausencia en los momentos difíciles. ¿Qué pasos doy para superar la “ausencia de Dios” en mi proceso de fe?