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Por: Hno. José Miguel Villaverde, SSP
Tal vez no te ha pasado, o quizá sí, que cuando estás en una etapa de preparación para algo: universidad, seminario, noviazgo, etc., mucha gente bien intencionada (o no), se apronta para preguntar sobre el futuro, con preguntas como: “¿Cuánto te falta?” “¿Y? ¿Para cuándo el Matrimonio?” o “¿Y ahora a qué país te mandarán luego?” En mi caso, esas muchas preguntas me invitan a salir corriendo, espantado, porque ¿Quién puede asegurar un día de su vida?
Desde hace algunos años voy aprendiendo a valorar el tiempo presente, a evitar las tentaciones de vivir del pasado o de añorar tanto un día del futuro que ni siquiera ha llegado. Sin embargo es una tarea difícil, tiene sus riesgos, planeamos mucho, las estructuras nos sumergen en metas a largo plazo, incluso con fechas establecidas, lo que podría estar bien, si no nos esclavizamos por ello.
En la vida religiosa, marcada por agendas, calendarios litúrgicos, etapas, etc., esto de vivir el tiempo presente nos implica más desafíos. A veces, por cumplir con el ritmo que se nos pide, vamos saltando etapas, procesos, obligados incluso a estar alegres cuando hay fiestas o estar tristes cuando lo manda el calendario; nos alegramos con el blanco o rojo de los ornamentos que nos indican que algo celebramos, y nos ponemos rutinarios cuando el verde de la casulla del padre nos dice que hoy es un día más del tiempo ordinario.
Hace unos días, al despertar, me recordé que era un simple día de tiempo ordinario, sin fiestas, sin mucho por hacer, un día más dentro de mi vida formativa (varios años ya). No tenía motivaciones visibles, hasta que, luego, en el Evangelio de la Misa, escuché la parábola de la semilla, que crece en lo escondido, que muere para crecer, que brota de la tierra convertida en algo más, sin saber cómo… “¡Y he ahí la clave!”, me dije, para vivir, para consagrar mi existencia, debo estar allí, donde debo estar, con los pies (y la vida) en la tierra. Dios en lo escondido lo va haciendo todo.
Amar el tiempo presente implicará amar lo que estoy haciendo ahora, poco o mucho, el estar incluso en silencio, anónimo, sin vivir de festival en festival o de encuentro en encuentro, simplemente ser y allí, siendo, cumplir la voluntad divina.
Las preguntas sobre mi futuro o pasado seguirán; pero mi opción, allí en lo escondido con mi Padre Dios, será amar mi tiempo presente, el camino que voy haciendo, en día de fiesta o en día ordinario. Solo allí puedo decidir, solo allí puedo respirar, solo allí me puedo (aún) convertir). Finalmente, te comparto la inspiración de un amigo:
Ama tu tiempo presente, que es don divino; lo demás es futuro o un tiempo ya vivido.
Ama tu tiempo presente, que es hoy, mirando a los que en este momento están contigo.
Y, cuando te inquieten las otras frecuencias del tiempo, al punto de intentar robarte la paz, recuerda que todo aquello que no tiene espíritu es tiempo muerto y perdido:
ama tu tiempo presente, al Dios con nosotros, aquí y ahora, el Dios amigo.