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Por: P. Hugo Sosa, CM
El hermoso relato de los discípulos camino a Emaús y su encuentro con el “peregrino desconocido” ilumina este año de la Palabra. Si dejamos que se haga vida en nosotros este pasaje seguro que marcará el inicio de un nuevo camino, que dará vida nueva a nuestras familias-parroquias-comunidades y así podamos clamar como aquellos discípulos: ¡Epytamina orendive!
El relato nos presenta la experiencia de un camino. ¿Cuántas veces en los caminos de la vida también nosotros marchamos defraudados, enojados con la vida, con las esperanzas rotas? Y el dolor puede ser tan grande que opaca la luz de cualquier compañero de camino, si bien nos escucha con paciencia y es capaz de explicarnos con ternura los procesos de la vida, muchas veces seguimos caminando y solo escuchamos el eco de nuestro dolor en las palabras de consuelo que él nos dirige, “explicándonos las escrituras”.
La actitud de los dos discípulos que dejan Jerusalén es la de huida. Se alejan de la fuente, abandonan al mismo Jesús y a la comunidad. Su viaje es un “buscar en otra parte”, como si en otros lugares pudieran reavivar la esperanza. Buscan escaparse del pasado y de un presente sin futuro. Es también ésta nuestra actitud cuando nos visita el dolor, no somos capaces de aceptar y por lo tanto huimos de él por caminos que lo único que hace es abrir aún más la herida. Pero aún en medio de nuestros escapes Jesús es el Dios que camina el paso del hombre para llevar al hombre a caminar el paso divino.
Llegando al pueblo a donde iban los discípulos hacen una invitación al peregrino: epytamina orendive. Sentémonos a la mesa con Jesús. Invitémosle a que sea parte de nuestras vidas que no solo camina, sino que también necesita de espacios de descanso, donde alrededor de la mesa se nutre de su presencia para seguir caminando.
Que este año dedicado a la Palabra de Dios sea un año marcado por encuentros con Jesús, Palabra hecha carne.