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Por: Hno. José Miguel Villaverde, SSP
Tenía pocos días de haberme mudado, era nuevo en muchas cosas: en el barrio, en la ciudad, en el país, la soledad no me era ajena. El primer sábado allí caminé un poco para conocer qué lugares me quedaban cerca. Hasta que pasé por su casa, tenía la puerta abierta. Allí conocí a mi amigo Mandic.
Nos conocimos de pasada, me habían hablado de él, pero como se veía muy mayor, supuse que no tendríamos mucho en común. Él, muy silencioso; yo, poco bastante hablador; sin embargo, me pareció buen tipo. Desde ese día, cada vez que pasaba por su casa, lo saludaba a lo lejos, como se saluda a los ancianos en mi país.
No sé bien cómo nos hicimos amigos, a veces leyendo juntos el Evangelio; otras, cuando le pedía algún consejo o sentía la necesidad de confesarme. Hasta que un día le pedí venga conmigo a casa. Su sabiduría y discreción eran únicas. Me ayudaba a recordar las cosas, incluso me retaba cuando no rezaba lo suficiente. Había ganado un nuevo amigo, nos llevábamos muchos años de diferencia, pero, realmente tenía alguien en quién confiar.
Le pedí me acompañara a un viaje, aceptó no con pocas resistencias. No sé quién de los dos le tenía más miedo a los aviones. Pero allí estaba, haciéndose el valiente para darme ánimos en un viaje muy turbulento. Ese era mi amigo Mandic.
Mucha gente lo reconoce como un hombre influyente, van a su casa, le piden favores, se toman fotos con él, a pesar de tener fama de un viejecito sencillo. Así lo veo yo, un hombre sabio, que sabe ser amigo, que me ha recordado que no estamos solos en la vida, Dios cuida de nosotros a través de los amigos, de tantos milagros cotidianos.
Me había olvidado de contarte, Mandic era su apellido, así yo siempre lo llamaba: “Mi amigo Mandic”. Su nombre completo era Leopoldo Mandic, así desde su profesión religiosa como Capuchino, y más aún desde su canonización en 1983. Es verdad, mi amigo era un santo.
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PD. Vos podés visitarlo también, en su Capilla, en la ya conocida Calle del Trabajador, en Asunción. Es conocido por ayudar a la gente en cuestiones de salud, de viajes, o para tomar valor y confesarse; o, en mi caso, para ser amigo, cuando sos nuevo, cuando necesitas una mano.