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Por: P. Gilbert Kannikattu, SSP
Los tiempos finales
Al llegar al final de este año litúrgico, que terminará el próximo fin de semana con la celebración de la solemnidad de Cristo Rey, nuestras lecturas de hoy se centran en el tema de los tiempos finales. Jesús retrata para nosotros, gráficamente, la destrucción de Jerusalén y el Templo. Para los judíos, la destrucción de estas dos cosas era equivalente al fin del mundo. Es por esta razón, la Iglesia utiliza este pasaje del Evangelio como una de sus lecturas para el fin del año litúrgico. Aunque miramos, lo que parece ser un lado oscuro de la vida, también tenemos la consoladora seguridad de Jesús de que, "ni un pelo de nuestras cabezas será destruido. Con la perseverancia aseguraremos nuestras vidas".
La primera lectura, del profeta Malaquías, habla del tema apocalíptico y de una promesa de consuelo y esperanza: "Pero para ustedes, los que temen mi nombre, brillará el sol de la justicia que trae la salud en sus rayos." El Profeta también nos recuerda que en algún momento todos debemos acudir ante el Señor y responder por nuestra vida. La segunda lectura, de la segunda carta de San Pablo a los tesalonicenses, es un recordatorio a ellos (y a nosotros) de que mientras esperamos los tiempos finales, no debemos volvernos ociosos. San Pablo dice muy claramente que "el que no quiera trabajar, que no coma”.
Jesús, en el evangelio de hoy, advierte a sus seguidores diciendo: "De todo lo que ustedes contemplan, un día no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido.” Termina con una nota de consuelo de que nuestra perseverancia salvará nuestras vidas. Jesús quiere que sus discípulos estén preparados para experimentar dolor y dificultades. Pero promete que finalmente Dios triunfará.
La liturgia de hoy es una invitación a reflexionar sobre el final de nuestras vidas y evaluar la forma en que vivimos nuestra vida en este mundo. Tenemos que preguntarnos: "¿Cuán preparados estaremos al final de nuestra vida?" Nuestra preparación se puede medir desde nuestra respuesta a estas tres preguntas sobre el amor. ¿Cuán llenos de amor son nuestros pensamientos?, ¿Cuán amorosas son nuestras palabras? y ¿Cuán amorosas son nuestras acciones?
En primer lugar, nuestros pensamientos. ¿Cuán críticos somos en nuestros pensamientos sobre otras personas? ¿Tendemos a ponernos por encima de otras personas? ¿Las juzgamos? ¿Eso a menudo es cruel o injusto? El segundo, nuestras palabras o discurso. ¿Hablamos de las faltas y fracasos de los demás? ¿Murmuramos sobre otras personas? El tercero, nuestras acciones. El Evangelio nos enseña que el acto más importante es seguir el ejemplo del buen samaritano; nuestra voluntad de llegar a las personas necesitadas. Nuestra preparación para encontrarnos con Jesús en el fin del mundo o al final de nuestra vida, lo que ocurra primero; dependerá de cuán preparados estemos para conocerlo, ahora mismo, en estas tres áreas de nuestra vida.
Aquí hay algunas sugerencias para ayudar a prepararnos para nuestros propios tiempos finales, para que podamos esperar con alegría al Señor:
- Tener una vida eucarística – es la Eucaristía la que nos dará la palabra de Dios, Cuerpo y Sangre de Jesús y nos ayudará a vivir una vida de gracia. Vivir en clave eucarística quiere decir entrega, gratitud, estar presentes.
- Recibir y vivir el sacramento de la Reconciliación – ninguno de nosotros es perfecto, todos somos pecadores y estamos en necesidad de la misericordia y el perdón de Dios. El sacramento de la Reconciliación nos dará el perdón de Dios y restaurará nuestra condición de hijos de Dios.
- Ser personas de oración – la oración es nuestra conversación con Dios. En la oración le hablamos a Dios y lo escuchamos. La oración no es sólo pedir favores, sino que es pedir su gracia para serle fiel, agradecer, alabar.
- Ser fieles en la práctica del mandamiento del amor – amor a Dios y amor al prójimo. Necesitamos salir de las zonas de confort y superar nuestro ego, egoísmo y orgullo para poder llegar a los pobres y a los necesitados.
Concluyamos con una oración: Señor, ilumina nuestra mente para llenarla de pensamientos nobles y altos. Danos labios que pronuncien palabras que sean verdaderas y caritativas. Fortalece nuestras manos para ejercer con ellas la caridad, una caridad como la tuya, de entrega incondicional. Amén.