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Por: P. Denis Báez Romero, SDB
Queridos hermanos, rezamos en este Domingo 15° durante el año con el Evangelio según San Mateo 13, 1-23
Invocación inicial:
Maestro bueno, somos tierra fecunda para recibir tu mensaje; siembra la semilla en nuestros corazones para que seamos oyentes fértiles de tu Palabra y la podamos hacer crecer.
Análisis de contenido:
Queridos amigos: En el evangelio de este domingo escuchamos al Maestro, sentado en la barca y enseñando a la gente sedienta de escuchar su Palabra. Les habla por medio de parábolas, para que la gente sencilla pueda comprender el significado profundo de las semillas esparcidas por el sembrador; él las desparrama por todos lados, buscando oyentes “fértiles”, que puedan recibir su mensaje para luego producir frutos.
Nuestro buen Dios esparce la semilla en diferentes tierras. La fuerza de la Palabra es la que da la fecundidad que permite producir fruto. Es necesario acoger esta palabra de novedad, ya que ella produce nuevas relaciones, nuevas convivencias; transforma nuestra interioridad, da vida a lo que hemos recibido, a lo que Dios ha sembrado en nuestro corazón.
El mundo está guiado por la Palabra de Dios. Estamos comprometidos en la transformación del mundo, a pesar de tantos signos que parecen negarlo: la destrucción de nuestra “casa común”, los sufrimientos y las pruebas por las que estamos pasando, las grandes transformaciones de nuestra sociedad, el rechazo por parte de tantos de esa dimensión de interioridad que hace fecunda la vida. Dejemos que el mundo sea iluminado por la Palabra, que actúe el amor, que es el único camino para preparar una tierra fértil que sea como el nido de la Palabra.
Nosotros somos el campo, la tierra fecunda donde Dios esparce la semilla. El terreno es nuestro espíritu: allí la Palabra cae sobre diferentes tipos de suelo y, de acuerdo al modo en que se la recibe, a las disposiciones del oyente, a la atención que se le presta, produce frutos, según la capacidad de cada uno. Si la escucha de la Palabra es superficial, no auténtica, los brotes no echarán raíces, por causa de la inconstancia o las preocupaciones, y se ahogarán. Escuchemos la Palabra atentamente, con sabiduría, para que pueda producir en nosotros efectos interiores y seamos así capaces de dar frutos de amor a Dios y a nuestros hermanos.
No obstante la fertilidad de la tierra, existen dificultades frente a la Palabra, y se producen diversos tipos de respuesta. En la diversidad de las tierras en la que es sembrada la Palabra, se muestra los signos de nuestra limitación y de la condición humana. Dios siembra su Palabra en cada ser humano; nos toca a nosotros recibirla, meditarla, reflexionarla y hacerla crecer.
Vivencia cotidiana:
Como creyentes, oyentes de la Palabra que produce vida, podemos hacernos esta reflexión: la Palabra de Dios es clara, es comprensible, produce vida, es fecunda y alimenta a los que la escuchan. Nos preguntamos, entonces, por qué muchas personas no la aceptan, no se dejan guiar por ella, la rechazan. ¿Y nosotros? ¿Dejamos que la Palabra produzca sus frutos en nuestra vida? ¿Cuáles son los pasos que podemos dar para vivir la Palabra? ¡No dejemos ahogar la Palabra por las espinas y las piedritas que están al borde del camino!