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Lectura Orante
SOLEMNIDAD DEL CUERPO Y LA SANGRE DE CRISTO

Por: P. Denis Báez Romero, SDB

 

En la solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo, rezamos con el Evangelio según San Juan 6, 51-58

Invocamos al Señor:

Padre bueno, que alimentas a los creyentes con el pan bajado del cielo, haz que prolonguemos en nuestra vida diaria y nos transformemos en pan para los demás.

Analizamos el contenido:

Queridos amigos: Hemos recibidos abundantes bendiciones espirituales en este tiempo, con la fiesta de la Santísima Trinidad. Dios nuestro Padre, en el cual reside la misericordia, envía a su Hijo Jesús en la plenitud de los tiempos para dar testimonio de la gracia, para que sea nuestro alimento y podamos beber de su Cuerpo y Sangre, y para derramar sobre nosotros el Espíritu Santo.

La multiplicación de los panes se vivió ya en la antigüedad: nuestros padres en la fe han comido el pan que caía del cielo, se han alimentado de él. Ahora esta acción de Dios que alimenta a su pueblo es confirmada por el evangelio que hemos escuchado.

Nosotros atestiguamos el prodigio y hacemos memoria de él. En esta celebración, prolongamos la cena del Señor, hecha para nosotros Eucaristía que nos alimenta y nos da vida.

Las primeras generaciones de los cristianos ya vivían de la Eucaristía, la celebraban como memorial; ella era la raíz de la vida de la comunidad y formaba parte de la esencia de la fe de los creyentes; de ella se nutrían para conformarse más a Cristo, porque creían en la Palabra de Jesús: alimentándose de ella, “tendrán vida en ustedes”.

El Pastor, que es Jesús, nos invita a comer su Carne, que es el Pan de vida, y a beber su Sangre, que es la Palabra que nos alimenta y nos sostiene. Alimentarnos de la Eucaristía es volvernos partícipes de la vida trinitaria. El Pastor nos enseña que debemos asumir nuestra vida como servicio, haciéndonos pan en la entrega a los demás. Lo esencial es alimentarnos, nutrirnos, para la vida del mundo.

La Eucaristía es Jesús mismo. Por eso el evangelista recuerda estas palabras del Maestro: “Yo soy el Pan de vida”: él se hace pan para todos y por todos es ofrecido como comida para la vida del mundo. Como creyentes, debemos descubrir que detrás de la apariencia de pan se encuentra la presencia de Jesús; debemos nutrirnos de él, debemos vivir de él, descubrirle a él porque es un don inmenso que se nos da. Continuamente, él se hace cuerpo en la Iglesia.

Cuando voy a comulgar, me identifico con él para ser continuamente pan para los demás.

Como cristianos, debemos recordar las veces que hemos experimentado la presencia del Señor en nuestras vidas. Continuamente estamos invitados a alimentarnos de su Cuerpo y de su Sangre a través de la comunión, a nutrirnos de su persona, de su presencia, de su vida, para ser enviados a los demás.

En nuestra vida cotidiana

A pesar de los cuestionamientos que se nos pueda hacer respecto a la presencia real de Jesús en el Pan eucarístico -como los judíos, que discutían acerca de cómo él podría darnos su cuerpo- no caigamos en el error de preferir el pan que nos da la muerte; nosotros, como creyentes, estamos invitados a comer a Cristo para vivir de él, para permanecer en él, para ser enviados por el Padre que da la vida eterna.