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Lectura Orante
SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD

Por: P. Denis Báez Romero, SDB

 

Queridos hermanos, en este domingo rezamos con el evangelio según san Juan 3, 16-18

Invocamos juntos al Señor:

Señor y Dios nuestro, ilumina nuestras mentes para que seamos capaces de conocer tus misterios y poder crear siempre lazos de comunión fraterna. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos de los siglos.

Análisis de contenido

Queridos amigos: Este domingo, inundados del Espíritu Santo después de la gran celebración de la Solemnidad de Pentecostés, celebramos la Fiesta de la Santísima Trinidad. Como es habitual en la liturgia, principalmente en la celebración de la Cena del Señor, se nos saluda con las bellísimas palabras del apóstol Pablo, llenas de amor y bondad: “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios Padre y la comunión del Espíritu Santo estén con todos ustedes”.

Estas palabras del apóstol, llenas de ternura, nos invitan a conocer al Padre que es comunión de amor, que nos entrega a su Hijo Jesucristo como mediador de su gracia entre los hombres y nos fortalece en los momentos difíciles de la vida, a través de la luz del Espíritu Santo. Creemos que su Hijo se manifiesta en la Palabra para darnos su verdad, para construir una verdadera comunión con los demás y para entregarnos la vida eterna.

Muchas veces, pensando en la Santísima Trinidad, nos imaginamos a un Dios fuera de nuestro alcance. Justamente por ser Dios tan abstracto para nosotros es que le seguimos buscando. De su parte, hay interés por dejarse conocer, y eso nos lo revela su Hijo Jesucristo. Él es Dios de comunión, y se manifiesta a cada uno de nosotros en la oscuridad de nuestra vida -así como a “Nicodemo”-, para que podamos salir de nuestro pecado e, iluminados, buscar a Dios para salvar al mundo: “Pues tanto amó Dios al mundo que entrego a su Hijo unigénito”.

En la medida en que no comprendemos que Dios es amor, nos creamos un dios falso, imposible, arriesgado y sin sentido. Sin embargo, debemos ser agradecidos con el Padre por la paciencia y clemencia que lo caracterizan, pues Dios es amor en sí mismo. En su ser más profundo, más misericordioso, se va develando toda su ternura. Nosotros no estamos distantes de Él. Él está con nosotros, lo penetra todo y lo sabe todo. Escruta nuestro ser y se deja conocer. Al aceptar la “Palabra hecha carne”, nuestro corazón desborda de gratitud, porque su amor es tan grande que nos dio a su propio Hijo para que podamos obtener la vida eterna.

Dejemos hablar a Dios, suavicemos nuestro corazón y permitámosle actuar en nosotros. Dios, por medio de su Hijo nos elige para santificarnos, ya que de Él deriva el amor. Esa comunión de vida nos impulsa a buscar la santificación de los demás, mediante el amor que brinda su Espíritu. Dejemos que esta comunión de gracia, amor y unión nos permita conocer más sus misterios.

Rezamos juntos, para concluir nuestro momento con el Señor:

Estamos dispuestos a buscarte, Señor, como hombres espirituales. Aparta de nosotros las tinieblas de la ignorancia; muéstranos los signos que nos indican tu presencia; ilumínanos con tu luz para que seamos capaces de encontrarte en las cosas sencillas; abre nuestra mente para que podamos caminar hacia Ti con un corazón transparente, capaz de contemplar tus misterios. Amén.