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Por: Hno. José Miguel Villaverde, SSP
En medio de la incertidumbre y el desconcierto, la vida se abre paso; el ingenio del ser humano por salir adelante, por poner la cara ante las dificultades, es sin duda, “un chispazo divino”, una clara y cotidiana manifestación de estar hechos a imagen y semejanza de Dios.
Sin embargo, también las sombras nos alcanzan, es preciso aprender a amar bien; a que, con todo lo vivido en estos primeros meses, aprendamos también a ser y a hacer comunidad, constructores de la civilización del amor. Para ello hay que mirar el Corazón de Aquel que nos amó hasta el fin, hasta ser traspasado por ese amor.
Necesitamos un Corazón que nos enseñe a no ser egoístas, con el que aprendamos a cuidarnos los unos a los otros, de tal manera que sigamos al pie de la letra las medidas sanitarias. Un Corazón que nos ayude a ser más conscientes de que esta sociedad la construimos juntos y que la corrupción misma no siempre nace de arriba hacia abajo, sino que incluso comienza desde las cosas más pequeñas.
Precisamos de un Corazón que no tenga las puertas cerradas para quien necesite de una mano amiga; de aquel o aquella que, tras verse desempleado, está dedicándose a nuevos emprendimientos; de quien no ve las horas de volver a casa, luego de una jornada laboral.
Necesitamos de un Corazón que nos encienda una y otra vez el alma guaraní, para sumarnos a las ollas populares que se realizan en nuestros barrios; para que pensemos juntos el País, con una visión conjunta que priorice la educación y la salud, y no solo lo que nos divierte, lo que conviene a una minoría.
Que juntos optemos por una vida eucarística, es decir, entregada y agradecida, que nos impulse a donarnos, a generar comunión, a anunciar el Evangelio como lo hicieron san Pablo, san Antonio de Padua y el joven Fray Juan Bernardo, mártir e hijo ilustre de nuestro Paraguay.