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Por: P. Nilo Damián Zárate, SDB
Si escribir sobre María ya es difícil, porque priman los sentimientos o lo que suponemos saber de ella, con respecto a lo que realmente deberíamos conocer de ella; mucho más difícil será conocerla en relación a la Palabra de Dios.
El testimonio de los escritos del Nuevo Testamento no son muchos con respecto a María, pero son claves. En los Evangelios se constata una fuerte presencia de María en los relatos de infancia, capítulos 1 y 2 de Mateo y Lucas, y su casi total ausencia en el resto de los Evangelios.
Pero no queremos saber cuántas veces aparece María en los Evangelios, sino más bien, por análisis de los relatos, saber cuál es la relación de María con la Palabra de Dios.
Si por relación con la Palabra de Dios entendemos la relación misma con Dios, es decir, mirar la vida con los ojos de Dios, o viviendo y teniendo los ojos en Dios, entonces María tiene mucho que enseñarnos de la relación con la Palabra de Dios y la obediencia a esta.
Las pocas escenas fundamentales donde se muestra a María viendo la vida con los ojos de Dios, asumiendo en ella los planes o los sentimientos de Dios, aplicando a su vida lo que Dios quiso, nos convencen que, aunque ciertamente en ella se dieron situaciones muy especiales, esas situaciones vinieron simplemente a confirmar su actitud de escucha de la Palabra de Dios.
La palabra, en el relato de la anunciación, que el Ángel dirige a María dice: “Dios te salve, colmada de gracia, El señor está contigo” (Lc 1, 28), o el señor te ha favorecido o eres agraciada de Dios, indica ya una disposición de María hacia Dios y por supuesto, la generosidad de Dios hacia los de corazón humilde que ponen su confianza en él. Dios sabía que María tenía el corazón dispuesto a que las cosas se hagan según Dios, por eso Dios la elige para engendrar a su Hijo, para traer al mundo su propio Hijo, como muestra de amor (tanto amó Dios al mundo que nos dio su propio Hijo).
En aquel diálogo y una vez explicado por el Ángel cómo será todo aquello, María acepta el plan de Dios: “Aquí está la sierva del Señor; cúmplase en mí lo que has dicho” (Lc 1, 38). Ella es modelo de acatamiento incondicional. María es el prototipo del israelita fiel que acepta y se somete al plan de Dios, previo diálogo y modelo de todo cristiano.
Como dice san Pablo VI, en su exhortación Marialis Cultus, “María ha sido propuesta siempre por la Iglesia a la imitación de los fieles no precisamente por el tipo de vida que ella llevó y tanto menos por el ambiente sociocultural en que se desarrolló, hoy día superado casi en todas partes, sino porque en sus condiciones concretas de vida ella se adhirió total y responsablemente a la voluntad de Dios (Lc 1,38); porque acogió la palabra y la puso en práctica; porque su acción estuvo animada por la caridad y por el espíritu de servicio; porque, es decir, fue la primera y la más perfecta discípula de Cristo: lo cual tiene valor universal y permanente".
María nos enseña a mirar la vida y a tomar decisiones en la misma, atentos a los planes de Dios, quien creó este mundo y lo hizo habitar por nosotros por amor. El que descubre que Dios ha mandado a su Hijo por amor y para darnos vida, descubre que está en el camino de la escucha de la Palabra. Y María llevó en su seno esta Palabra, María fue la primera en aprender a sentirlo y a seguirlo, María es prototipo del creyente que quiere orientar su vida según la Palabra de Dios.