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DOMINGO DE RAMOS

Por: P. Denis Báez Romero, SDB

 

Hermanos, celebramos ya el Domingo de Ramos, iniciamos con ello la Semana Santa...

Leemos juntos el Evangelio según San Mateo 21, 1-11

Pedimos al Señor su gracia: Señor Jesús, hoy preparo mi vida para recibirte, entra en mi corazón y enséñame a ser tan dócil y humilde como Tú. Con palmas de gozo te recibo, Señor, y con alegría te aclamo. ¡Tú eres el Mesías! Porque sé que al final, allí donde has triunfado, también gozaré del triunfo, porque Tú eres el Gran Rey, el Salvador. ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!

Queridos amigos: Este domingo, con la celebración de los Ramos, iniciamos la Semana Santa. Una semana para rememorar la Pasión de Jesús, ese camino recorrido desde el juicio, el rechazo del pueblo  y la Vía crucis, hasta la cima del Calvario: es el camino de la cruz. Esa misma cruz que era símbolo de muerte y, a partir de Él, para quien cree, se transforma en signo de esperanza, perdón, y amor que aguarda la resurrección.

Estamos invitados a recorrer el camino que realizó Jesús, a entrar con Él en Jerusalén, donde es aclamado como el Rey mesiánico: ¡Jesús, el Mesías! Aquel pueblo esperaba ansioso un “gran Rey”, fuerte, dominador, liberador; y, sin embargo, Jesús no presenta estas características y no llena las expectativas. Es el Rey que no ingresa como soldado triunfante sobre un brioso corcel, sino montado en un pollino, un burrito, un animal para el trabajo doméstico de carga. Es el Rey humilde y pacífico.

La reacción de la gente al verlo es de alegría y de alabanza: reconocen a Jesús como Mesías, extienden sus mantos en el camino para que pase el “gran rey” y tributan su alabanza al rey justo y pobre, gritando al unísono “¡Hosanna al hijo de David!”.

Esta entrada gloriosa en el pueblo genera interrogantes en la gente de la ciudad. Ellos se preguntan y se “conmueven”, diciendo: “¿Quién es este?”. La gente responde: “Este es el profeta Jesús, de Nazaret de Galilea”.

La reacción de la gente mostraba dos caras: principalmente los fariseos se “conmovían” y reaccionaban, porque ellos no creían en Jesús como el Mesías; por otra parte, la gente sencilla, la multitud acompañada de los discípulos,  lo identificaba como el profeta, el Hijo de Dios.

El “conmoverse” de la gente está relacionado con el sentimiento que provoca un temblor de tierra. Esa conmoción, si la traemos a nuestra realidad, nos llevará a cuestionarnos, también nosotros: ¿Quién es ese?  ¿Cómo lo recibimos? ¿Por qué agitamos las palmas y los ramos hoy? ¿Aún gritamos con fe: “Hosanna al Hijo de David”? 

En Jerusalén, las personas utilizaron lo que tenían a mano para expresar su alabanza: cortaban ramas, tiraban sus mantos al suelo, despojándose de ellos al paso del Mesías. Y nosotros podríamos preguntarnos: en nuestra vivencia cotidiana, ¿son nuestras actitudes como ramas y flores dispuestas para un día de fiesta y alabanza? ¿Qué realidades de nuestra sociedad nos “conmocionan” hoy para salir a las calles? ¿Nos hemos despojado de algo en esta cuaresma para ayudar a los más necesitados? Si así ha sido, preparemos el corazón para la fiesta de los ramos; y si aún hay cosas por hacer, dispongamos nuestro espíritu para vivir intensamente el camino de la cruz; porque la luz aguarda al final de la noche.