Noticias
Por: P. Fredy Peña Tobar, SSP
Cuando creíamos que la fuerte pugna comercial y financiera entre EE. UU. y el gigante asiático llegaba a una tregua para terminar en un parcial consenso, dejando respirar a las economías más pequeñas como la de algunos países del Cono Sur, el Covid-19, ?importado desde China?, irrumpe y sorprende a todo el globo para decirnos que hay cosas de este mundo que nos superan por todos lados. Como siempre nadie imaginaría que un simple virus, imperceptible y que ningún ojo humano puede detectar a simple vista, iba a terminar en una pandemia con tanta prensa y difusión, que ya cualquier persona del espectáculo quisiera tener. Y es que esta difusión o “alaraca” no debiera sorprender a nadie, puesto que en un mundo globalizado e hipercomunicado o digitalizado como el nuestro, la difusión del Covid-19 ha cruzado las fronteras casi con la misma capacidad que ha tenido el virus para contagiar y propagarse.
A veces, esta difusión sirve de mucho, pero también trae consigo el absurdo, la histeria y sicosis donde cualquier información se interpreta como quiere y al gusto de cada cual. Por ejemplo, la OMS ha dicho hasta el cansancio que quienes deben usar mascarillas son las personas contagiadas y no los que aún no han contraído el virus, pero el colapso emocional es tal que son muchos los desesperados que compraron mascarillas y gel desinfectante como para pasar al estado de “invulnerables”. Es decir, casos como estos son variados, y mientras avanza la pandemia seguramente que nos encontraremos con otras situaciones que rayan lo absurdo y que excluye todo sentido común.
Por lo pronto, escuchamos y leemos a través de los medios de prensa, estadísticas acerca de cómo va el número de contagiados y fallecidos. Son cifras que nos alarman, pero según un epidemiólogo y matemático, John P. Loannidis, de la universidad de Stanford, pone en duda como está reaccionando el mundo ante la epidemia, dice que los sondeos actuales no son de fiar, porque según cómo se han medido los datos, estos no son exactos. Además, realiza un estudio donde proyecta a toda la población de Estados Unidos y concluye que la tasa de mortalidad de la pandemia sería de 0,025 %, en un caso mínimo, y en el máximo sería de un 0,625, es decir, medio por ciento. Asimismo, se pregunta por las muertes indirectas o directas y por el daño que producirán los efectos económicos y políticos de este casi cierre del planeta.
También afirma que este fenómeno es inédito y posee un componente mediático impresionante. Sabemos que el COVID-19 es un género de muchos otros virus y, por tanto, un resfrío o gripe puede ser generado por un tipo de Coronavirus, pero como no tiene nombre propio no es un “evento”. Y en este sentido, no hay una reacción mundial por otras enfermedades que matan a miles de personas. En todo caso, cualquiera que sea la tasa de mortalidad del COVID-19, suponiendo que estas cifras de Loannidis sean correctas, esta pandemia ha pasado a ser un fenómeno con efectos en el ámbito social, político y económico que condicionan y perturban nuestra vida.
Más allá de estos análisis y proyecciones de todo tipo, una vez más, nuestra capacidad de asombro se ve sobrepasada. Cada vez se confirma, con certeza, lo pequeño y frágiles que somos en este universo insondable e infinito. Otra vez, ha quedado en evidencia nuestra vulnerabilidad más que el sentirnos “el ombligo del mundo”. Ante nuestros ojos, un pequeño y diminuto virus colapsa a todo un planeta, quizá para hacernos ver que no somos dioses ni dueños del mundo. Sobre todo, para aquellos que creen que con dinero se puede comprar todo incluso “la vida” o para los que la fama y el reconocimiento son esenciales para ser felices.
Ojalá que esta pandemia que nos toca vivir y padecer nos lleve a nuestro interior no para preguntarnos el por qué sino el para qué sucede. Es decir, cuáles son las cosas esenciales por las cuales verdaderamente hemos de preocuparnos y ocuparnos. ¿Cuáles son aquellas cosas que realmente hacen sentirnos vivos y trascienden nuestra vida? Hoy son muchos los que ni siquiera pueden salir de casa y alentar la vida afectiva o en familia y, lo que es peor, deben llorar a sus seres queridos, y es triste.
Para el que tiene fe, quizá esta es la hora oportuna para orar al buen Dios que todo lo ve y puede, y de paso nos diga ¡qué es lo importante! Desde la fragilidad, oramos y le pedimos a Dios que nos libre de todo mal y enfermedad, pero quizás nunca hemos reparado cómo es nuestro comportamiento ante el propio mal o la misma enfermedad. Cómo reaccionamos y de qué manera solidarizamos con el dolor del otro. Son cuestiones que, sin lugar a duda precisan de una reflexión e introspección para no perder la cuota de humanidad que tanta falta nos hace. Por eso esa cuota de humanidad y amor que predicó Jesús no fue una enseñanza para dictar cátedra o para académicos, pues antes que todo lo vivió él en carne propia para luego pregonarlo por medio de parábolas, metáforas, alegorías o discursos y tocar los corazones más endurecidos.
El COVID-19 es un virus más entre tantos otros que pululan en la tierra y que seguramente pasará a la historia. Lo importante es que en esta hora crucial de “nuestra historia” no nos desanime, y esta crisis nos haga fuertes espiritualmente. No es primera vez que el mundo enfrenta una pandemia y sabemos que a lo largo de la historia ha habido muchas y no por eso, la vida de las personas se detuvo. Habrán sufrido un impacto y seguro que hubo un antes y un después. Sin embargo, la cuestión es simple, quienes busquen en el COVID-19 un “acabo de mundo” lo encontrarán, pero en la otra vereda quienes vean en él a un virus más, hallarán la oportunidad para creer, construir, solidarizar, y lo más importante para amar y ocuparse de las cosas que sí son esenciales y que nos hacen felices.